Cultura

Misoginia radical

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Hace unas semanas un hombre de 43 años, en la ciudad alemana de Hanau, mató a tiros a nueve personas. El saldo de sus víctimas incluía a su propia madre, lo cual de entrada indica una perturbación que lo distingue de esos otros asesinos, también muy perturbados, que antes de disparar contra la multitud gritan: ¡Alá es grande!

El que grita el eslogan de Alá tiene una motivación distinta, sin embargo los crímenes comparten la misma estética; los dos tienen un orate armado que dispara de manera aleatoria sobre una multitud.

El matricidio es un capítulo oscuro de la historia de nuestra especie, la prueba es que aparece en algunos episodios de la mitología griega; Orestes mata a su madre, Clitemestra, y Edipo mata, de manera indirecta, a la suya, Yocasta, que se ahorca porque no soporta la realidad que ha desamarrado su hijo. Los dos quedan severamente trastornados después de la muerte de sus madres: Orestes se vuelve loco y Edipo coge un alfiler del vestido del cuerpo de Yocasta, que cuelga todavía de la cuerda con la que se ha ahorcado, para sacarse los ojos. No se saca Edipo de cualquier forma los ojos, pudiéndose mutilar de muchas maneras lo hace con ese alfiler que pertenecía a su madre, quizá porque entendía que lo menos que merece un matricida es que su madre lo mate a él. Matricidio por filicidio: ahí tenemos la poderosa alegoría del alfiler.

El hombre que mató a su propia madre en Hanau, y a otras ocho personas, se llamaba Tobías Rathjen, y es parte de un fenómeno muy propio del siglo XXI, que no tiene que ver con el terrorismo yihadista, sino con la misoginia radical: Rathjen no salió a matar solo mujeres, mató también a hombres guiado por la lógica de que estos se relacionaban con ellas y, por lo tanto, compartían su maldad. La patología de Rathjen era profunda y barroca, pertenece a la infracultura incel, el acrónimo de las palabras, en inglés, involuntary celibate, célibe involuntario.

Rathjen salió a matar personas de los dos sexos en un acto de venganza contra las mujeres, que durante décadas no se habían querido relacionar con él, y contra los hombres que sí habían podido relacionarse con una mujer; así concluyó que el agravio quedaría reparado.

Digo que la patología es barroca, desmesurada y retorcida sobre sí misma, porque el problema que Rathjen tenía con las mujeres era que no le hacían caso, aunque es verdad que, sin necesidad de ser un incel, un hombre es capaz de maltratar a una mujer, incluso de asesinarla, solo porque no quiere relacionarse con él; mientras este último se siente despechado por una mujer, el incel se siente herido por todas, y también por todos los hombres que las acompañan.

Frente a este odio holístico que llevó a Rathjen a asesinar a nueve personas, se me escapa de qué forma encajaba su madre ahí, por eso sugería más arriba eso de la misoginia radical, que sería aquella que arrasa con todas las mujeres y con todos los hombres que han tenido que ver con ellas. Sabemos esto porque el asesino dejó, antes de suicidarse, una especie de manifiesto online donde puede leerse: “No he tenido esposa ni novia en toda mi vida. Los últimos dieciocho años los he pasado solo por propia elección”.

Antes, en el año 2018, Alek Minassian enfiló su coche contra una multitud que cruzaba la calle en la ciudad de Toronto, mató a diez personas y dejó heridas a 16, y al final fue abatido por la policía. La primera hipótesis apuntaba al atentado yihadista, pero pronto dieron con el mensaje que Minassian había escrito en su cuenta de Facebook, justamente antes de subirse al coche: “La rebelión incel ya ha comenzado. Acabaremos con todos los Chads y las Stacys. Ave al caballero supremo Elliot Rodger”.

Los Chads y las Stacys son los guapos y las guapas en jerga incel, y Elliot Rodger es San Elliot, el santo e ideólogo de esta infracultura que protagonizó, en 2014, una serie de asesinatos en California; apuñaló a tres estudiantes hombres, mato a tiros a dos chicas y después atropelló a otras personas antes de suicidarse. San Elliot también dejó un manifiesto, más una alocución en YouTube, tan ridícula como escalofriante, donde explica los motivos que lo orillan a cometer esa masacre: “Mañana es el día del castigo, el día en el que me vengaré de la humanidad, me vengaré de todos ustedes (….) Durante los últimos ocho años de mi vida, desde que llegué a la pubertad, me he visto obligado a soportar una existencia solitaria, rechazo y deseos incumplidos, todo porque las chicas nunca se han sentido atraídas por mí. Las chicas dieron cariño, sexo y amor a otros hombres, pero nunca a mí”.

Pero la mayoría de los incel no asesinan, pululan por la Red en los foros de esta infracultura, ahí se dan ánimo unos a otros, se lamentan y se retroalimentan. Decía al principio que se trata de un fenómeno del siglo XXI porque se genera en la Red, con una fuerza y una efectividad que en el siglo XX hubieran sido impensables; ahí se reúnen en una especie de enjambre para adorar a su santo y lamerse las heridas de su mórbida virginidad, ahí publican sus manifiestos, que se difunden junto con las noticias de sus proezas, por ahí se canaliza, de manera planetaria, su misoginia radical, que casi nunca sale de la pantalla, pero que a veces encarna en un orate que la emprende a tiros contra una multitud.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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