Cultura

Los dominios del placer

Un día tendremos pensamientos como puestas de sol. El pronóstico es del filósofo inglés David Pearce. ¿Qué es un pensamiento como una puesta de sol? Supongo que una construcción mental magnífica, una idea excepcional, puesto que cada atardecer es distinto, que a la tarde siguiente tendrá otra manifestación diferente, pero igualmente excepcional.

Pearce no solo pronostica que en el futuro tendremos cada día pensamientos magníficos, también asegura que viviremos en un mundo sin dolor, donde el bienestar extremo, el placer, será el estado natural de las personas. Pero el que vislumbra este filósofo será un placer alejado de la estupefacción que producen las drogas contemporáneas; será un extraordinario bienestar que irá ligado a un pensamiento extremadamente lúcido, a una percepción del entorno extremadamente aguda y que permitirá desarrollarse a las personas, con una placentera intensidad para la que hoy no tenemos referentes, en sus diversos territorios: el afectivo, el amoroso, el social y el profesional. Un futuro donde cada acto estará enriquecido por una poderosa sensación de sentido y significado.

El dolor va a erradicarse del planeta, igual que la mayoría de las enfermedades, asegura Pearce; de hecho el movimiento ya ha empezado, si se piensa que hace doscientos años no había ni anestesia ni analgésicos, y podría ir mucho más avanzado si las compañías farmacéuticas, acobardadas por el puritanismo del establishment, introdujeran en sus píldoras elementos para procurar el placer y no solo para paliar el dolor.

El mundo sin dolor es técnicamente factible pero se enfrenta a un impedimento moral, que tiene que ver con nuestro concepto arcaico de la “salud mental”, en el que la tristeza, la ansiedad, el desasosiego nos equilibran, nos endurecen, ponen a tono nuestra estructura emocional y, sobre todo, se dice, son estados de ánimo que forman parte de nuestra naturaleza. ¿Y hay que aceptar eso solo porque es parte de nuestra naturaleza? Lo que no mata te hace más fuerte, se dice pero, ¿qué tendría de malo vivir una vida de placer permanente, sin haber sufrido, como contraparte, los maltratos de la naturaleza?

Pearce advierte que para llegar a erradicar el dolor, primero tenemos que erradicar nuestras oscuras emociones primitivas, nuestra estructura mental de cazadores y recolectores; debemos olvidarnos de nuestro pasado en la sabana africana y de la economía emocional que nos impone el ya muy arcaico darwinismo. Debemos abrazar el postdarwinismo, ya no es el momento de la evolución natural de la especie, lo que viene muy pronto es la decodificación y la reescritura del genoma humano, la arquitectura genética, la alquimia de los neurotransmisores: estamos en una era transicional, justamente en el momento en que empieza ya a desplegarse la ingeniería del paraíso mental que va a conducirnos, dentro de unos años, a la erradicación del dolor y a la instauración del placer. Vamos, irremediablemente hacia la cultura del hedonismo integral o, mejor, hacia la democracia hedonística. ¿Un paraíso artificial? ¿Qué sentido tiene esta pregunta si en las ciudades ya casi todo es artificial? Quizá sería más lógico pensar que si casi todo el exterior es artificial, ha llegado el momento de intervenir, artificialmente, nuestro interior.

Esto que parece ciencia ficción es la sustancia de un ensayo filosófico titulado The hedonistic Imperative, el imperativo hedonístico que David Pearce, su autor, tiene colgado en la Red, desde hace años y con sus imprescindibles puestas al día, a disposición de quien quiera enterarse de lo que les espera en el futuro a nuestros descendientes. El ensayo no tiene versión en papel, el libro físico sería una incoherencia en este pensador postdarwinista.

El futuro sin dolor que anuncia Pearce será el de nuestros descendientes y nosotros, sospecho, somos ya el final de una era, nuestras viejas raíces conceptuales siguen enterradas en la sabana africana de donde salieron nuestros ancestros, vivimos todavía en el medioevo psicoquímico, acosados por la culpabilidad, por el miedo religioso que nos produce el placer ilimitado y el rechazo irracional a una especie que no cuente con el contrapeso del dolor. Pasaremos a la historia como los últimos insensatos que pusieron límites al placer.

Si llegáramos a un planeta, pregunta Pearce, en el que sus habitantes viven en una felicidad permanente; donde no hay dolor, ni ansiedad, ni sufrimiento, solo placer, y cada acto está lleno de sentido y significado, ¿sugeriríamos la introducción del dolor, de la ansiedad, del sufrimiento, para endurecerles la fibra moral y atemperarles el espíritu?

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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