El filósofo coreano Byung-Chul Han nos cuenta en su libro Loa a la tierra (Herder, 2019) de una serie de ideas que ha tenido, que han ido floreciendo, diríamos con más propiedad, mientras observa, vigila y cultiva su jardín. Es una cosa circunstancial el entusiasmo del filósofo por el jardín: se mudó a una casa que lo tenía y se sintió invitado a cultivarlo.
Estando ahí, en medio de las plantas, las flores y los yerbajos, se dio cuenta de que esa pequeña parcela de naturaleza, en medio de la ciudad de Berlín, le devolvía “la realidad, incluso la corporalidad, que hoy cada vez se pierde más en el mundo digital bien temperado”. Frente a la pantalla, en el mundo digital, no hay sensaciones materiales, ni térmicas ni olfativas, “pero el jardín es rico en sensibilidad y materialidad. Contiene mucho más mundo que la pantalla del ordenador”, dice Han.
Para contrapesar el mundo digital el filósofo se compromete cada día con el mundo vegetal, cultiva su jardín en una ciudad en la que el cambio de una estación a otra es muy notorio, y esto lo hace experimentar, de una manera especial, el paso del tiempo, que se percibe mejor en medio de la naturaleza; mejor que en las calles, entre los coches y los edificios de una ciudad. El tiempo en el jardín discurre de otra forma, los inviernos parecen más largos que los de la calle y lo mismo sucede en el verano con su calor agobiante. “El tiempo del jardín es un tiempo de lo distinto”, dice Han, “cada planta tiene una conciencia del tiempo muy marcada, quizá incluso más que el hombre, que hoy de alguna manera se ha vuelto atemporal”. El jardín, concluye el filósofo, le da “ser y tiempo”.
Antes de la invención del reloj y del calendario, las personas vivían como en el jardín de Byung-Chul Han, de acuerdo con los ciclos de la naturaleza, que son lo contrario del tiempo lineal que tenemos hoy, más enfocado a la productividad, al rendimiento y a la ganancia. Cuando el filósofo está en su jardín escapa de la linealidad del tiempo, se adhiere a los ciclos de la naturaleza, al tiempo original: se rebela contra la tiranía de cronos.
Byung-Chul Han observa que en el famoso libro Crítica de la razón pura, donde se habla del conocimiento como una actividad remunerada, Kant hizo, de una edición a otra, una significativa enmienda: “Según Kant, el conocimiento trabaja por una ‘ganancia realmente nueva’. En la primera edición del libro Kant habla de ‘cultivo’ en lugar de ‘ganancia’”. ¿Por qué? Porque la ganancia no tiene ningún riesgo, en cambio el cultivo está expuesto a las fuerzas de la naturaleza, al cambio de las estaciones y a un montón de factores que no pueden preverse; quien cultiva tiene solo cierto control sobre su parcela.
“El asalariado urbanita podrá desempeñar su trabajo independientemente del cambio de las estaciones, pero eso le resulta imposible al campesino, que está sujeto a su ritmo. Posiblemente el sujeto kantiano no conozca la espera ni la paciencia, que Kant rebaja a ‘virtudes femeninas”.
Estas “virtudes femeninas” que Byung-Chul Han pone en práctica cada vez que cultiva su jardín, son las que empiezan a predominar en el siglo XXI; el filósofo español Salvador Pániker veía con mucha claridad, en un ensayo que escribió en 1987, que la irrupción de la ecología está ligada a la feminización de nuestra especie, a la expansión de esas virtudes femeninas que Kant consideraba de segunda categoría. “El viejo esquema darwiniano de ‘la supervivencia del más apto’ tiende a sustituirse por el esquema ecológico de ‘la supervivencia del más cooperativo”, escribe Salvador Pániker en su ensayo, y más adelante nos dice que venimos de un mundo organizado en clave masculina, de un periodo histórico “que ha favorecido persistentemente el yang antes que el yin; la actividad por encima de la contemplación, la racionalidad mecánica por encima de la sabiduría intuitiva, la rivalidad por encima de la cooperación, el hemisferio cerebral izquierdo por encima del derecho. Pero, como reza un antiguo texto chino, ‘habiendo llegado a su clímax, el yang se retira a favor del yin”.
En el siglo XXI el yang va de retirada y se establece el yin, con sus virtudes femeninas; regresa la madre arcaica que en el Neolítico mantenía el planeta en equilibrio, “cuando el hombre era solo un fecundador. O un vagabundo o un guerrero o un intelectual: en suma, un ser en las nubes”, escribe Pániker.
Las virtudes femeninas son las de la ecología que, como la madre arcaica, establece conexiones entre todos los seres vivos y considera a la naturaleza como un solo sistema del que no puede extirparse ningún elemento sin que el todo quede afectado. Estamos viendo el final, nos dice Pániker, “de una vieja y milenaria enemistad: la enemistad entre el hombre y su entorno”.
Desde su jardín Byung-Chul Han propone redescubrir la poética de la tierra, nos cuenta como hunde las manos en ella y como se asombra cada vez que ve brotar una nueva vida. “Es increíble que en pleno universo frío y oscuro haya un lugar con vida como la Tierra. Deberíamos ser siempre conscientes de que existimos en un planeta pequeño pero floreciente en medio de un universo por lo demás sin vida”, nos dice Byung-Chul Han, mientras cultiva su jardín como un ciudadano de nuestro tiempo: poniendo en práctica las virtudes femeninas.