¿Está mal doparse para ganar una competencia deportiva? La inmensa mayoría de los deportistas, y de la gente que los mira por la televisión, diría que sí, que está mal, que el deportista dopado lleva ventaja sobre el que acude, digamos, limpio a la competencia.
Pero la falta no desaparece con la aplicación del reglamento, el deportista que es sorprendido en el análisis antidoping sufre, además del castigo impuesto por la autoridad, la condena moral de la sociedad.
Que en una competencia de varios deportistas uno solo tome una sustancia que aumente su resistencia puede ser injusto, ¿pero qué pasa si todos toman exactamente la misma cantidad de esa misma sustancia? Si aceptáramos esto, que los deportistas, por ejemplo en una carrera de bicicletas, se inyectaran todos EPO (eritropoyetina) para aumentar el número de glóbulos rojos, nos quedaría todavía por resolver el marco moral del asunto. Qué pasa, por ejemplo, si un corredor de los cien metros planos rompe el record mundial después de haberse dado un chute hormonal de EPO; si todos los que compitieron contra él, y perdieron, se inyectaron exactamente la misma cantidad de EPO, ¿daríamos por bueno el record mundial? Si el objetivo es competir al máximo nivel, ¿no sería deseable, por el bien del espectáculo, que tantas alegrías y dinero deja, que se distribuyera democráticamente la EPO antes de la competencia? Y, ya que estamos en la cosa democrática, ¿la más que evidente superioridad física de, por ejemplo, Usain Bolt, no es una desventaja, incluso una flagrante injusticia para el resto de los corredores? O, visto de otra forma: no toleramos la ventaja que lleva un deportista dopado pero si la que lleva el que le tocó, por puro azar, la lotería genética de ser físicamente superior a los demás.
El dopaje general elevaría el nivel competitivo y mantendría la jerarquía en la pista de los cien metros planos: Usain Bolt seguiría siendo el campeón, suponiendo que se hubiera inyectado, como todos antes de la competencia, su ración, medida al milímetro, de EPO. Quizá lo que sucede es que a los deportistas se les exige un nivel de pureza muy estricto: competir con el organismo libre de cualquier sustancia ajena al propio cuerpo.
Pensaba en esto hace unos días mientras leía un ensayo sobre la producción de vino en California, sobre todos esos elementos que es necesario añadir a un caldo para que tenga determinado sabor, color y textura. El vino, por puro que sea, se parece siempre a un atleta dopado, nunca, por ecológico que sea el procedimiento, nos estamos bebiendo solo las uvas fermentadas, que desde luego no fueron machacadas a pisotones por una muchacha mediterránea, y estupenda, del sur de Francia. Los romanos ya espesaban sus vinos con sangre de cerdo y los vinos de Burdeos solían llevar, antes de los elementos químicos que se aplican hoy, claras de huevo.
Hace unos meses, en un restaurante de
Barcelona, muy famoso por la pureza
de su cocina (no usan nunca ninguna sustancia ajena al propio cuerpo del conejo, o de la lechuga) probé un vino ecológico sin aditivos, recomendado por el chef, que tenía un regusto especial, el regusto inconfundible del aditivo. Se lo hice saber, porque estaba ahí esperando mi reacción, y su respuesta fue que se trataba de un aditivo cien por ciento natural (como si analizados con rigor de laboratorio no lo fueran todos los aditivos). ¿Y qué aditivo es ese?, pregunté. Caca de caballo, respondió el chef y este episodio, que anoté minuciosamente en mi libreta, me trajo hasta esta reflexión sobre los atletas dopados. ¿Es mejor dopar al vino con caca de caballo que con carbonato de calcio? Pensé que a los atletas se les exige una pureza que no observa ni la misma madre naturaleza.
El profesor Julian Savulescu, director de un centro para la observación del comportamiento ético, en diversos campos, que está en la Universidad de Oxford, propone que, en lugar de prohibir el dopaje, debería supervisarse que el atleta no esté poniendo su salud en riesgo a la hora de inyectarse, por ejemplo, EPO. La propuesta da para pensar pero de entrada hay que reconocer que el profesor Savulescu ha conseguido desterrar las consideraciones morales sobre el dopaje y ha centrado la discusión en el terreno científico. A los que alegan que quien va dopado con EPO lleva ventaja sobre los demás deportistas, Savulescu les hace ver que hay atletas, muy dotados genéticamente, que producen naturalmente más EPO que los demás, quizá más que aquellos que tienen que inyectárselo para implementar su performance. Lo que natura non da, diría el adagio, la EPO te lo presta.