El sistema neoliberal se implanta en el mundo a sus anchas con la caída del muro de Berlín en 1989, que significó el fracaso del sistema de economía planificada que competía con un sistema liberal en lo que se conoció como la Guerra Fría al final de la Segunda Guerra Mundial y con la fundación y consolidación de la Organización Mundial de Comercio el 1 de enero de 1995, entre otros acontecimientos.
En 1992, el politólogo estadunidense de origen japonés Francis Fukuyama escribe el libro The end of history and the last man, donde propone el fin de la historia de la lucha entre diversas ideologías con el triunfo del sistema liberal democrático.
Nace entonces el sistema neoliberal que dominó desde entonces y que ha provocado una enorme desigualdad en la sociedad, y un deterioro brutal de la naturaleza.
La resistencia al neoliberalismo se comenzó a dar en el presente siglo desde diferentes frentes: el triunfo de Donald Trump, con prácticas mercantilistas de tipo proteccionista y nacionalista dio un impulso muy fuerte en la lucha contra el sistema neoliberal y el rescate del Estado nación; la separación acordada de Reino Unido de la Unión Europea es otra arremetida contra de dicho sistema; la aprobación el 25 de septiembre de 2015 por 193 Estados miembros de la ONU, congregados en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en Nueva York de la Agenda para el Desarrollo Sostenible, del cual resultó un documento titulado “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, cuyo objetivo es poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático sin que nadie quede rezagado para 2030.
Sin embargo, el mayor embate para el sistema neoliberal es un pequeño virus que hoy representa la mayor amenaza mundial desde la caída de las bombas atómicas Little boy, en Hiroshima, y Fat man, en Nagasaki. Una pandemia que amenaza terminar con la vida de millones de seres humanos, siendo también este virus producto de la globalización, de la velocidad de traslados de gente y mercancía alrededor del mundo y que hoy tienen en vilo a toda la raza humana.
Por lo visto, no ha terminado la historia como lo sentenció Fukuyama. Las fronteras ahora se están cerrando y el mercado no ha podido responder a esta amenaza colosal. El egoísmo personal que beneficia a la sociedad al que se refiere Adam Smith no aplica en estos casos, donde la gran mayoría de la gente no tiene la capacidad, ni para desarrollar una vacuna ni para prestar servicios médicos de tal magnitud. Es necesario el regreso y la intervención decidida del Estado ante esta falla estructural del sistema de mercado.
De hecho, hemos constatado que países con tradición y prácticas socialistas subsistentes, por lo menos en partes de su territorio como China, han tenido mayor éxito en controlar la epidemia, porque tienen un mayor control sobre toda su población, la cual también está acostumbrada a obedecer y también a actuar en comunidad.
Por el contrario, occidente se resiste a la injerencia del Estado, a la violación y molestia de su vida privada, de la intimidad, del menor menoscabo a su derecho de libertad, aunque esa libertad se ejerzca irresponsablemente no solo en su propia contra, sino contra sus propios conciudadanos.
En fin, tal parece que la sentencia del fin de la historia de Fukuyama no es tan contundente. Para enfrentar esta crisis se requiere la decisiva intervención del Estado y de la cooperación internacional, así también como vencer el egoísmo de los ciudadanos quienes nos veremos obligados a luchar no solo por nuestra vida, sino por los más altos valores que dignifican y representan a la raza humana.
Es una lección muy clara para no abandonar esfuerzos comunes, instituciones públicas de salud, de educación, deben de ser fortalecidas. No todo puede ni debe privatizarse o dejarse a los designios del mercado.
*Profesor de la Escuela Internacional de Derecho y Jurisprudencia