Ahora que se habla de encharcamientos -como si esa palabra nos fuera ajena-, año con año, lustro tras lustro, llegan a la memoria, tardes de familia citadina; mi mente se aleja y ya cercana a los recuerdos de este mismo puerto, ve semanas invadidas por el agua; ahí siguen presentes los amplios charcos de las calles de Tampico.
Tenía 8 o 9 años cuando en tiempos de lluvia mis hermanos y yo, salíamos saltando en busca del arroyo, ese pliegue de concreto entre la vía y la acera; entonces, la calle doctor Carlos Canseco, doctor Matienzo y todas las de bajada, nos pertenecían.
A mediados de los 70’s aún operaba el imponente hospital civil (ahora, el viejo) de Tampico; desde punto más altos de la ciudad el agua escurría y se dividía, como si de un gran tejado de dos aguas se tratara; unas, corrían prontas, cristalinas rumbo al Cascajal, y otras, se precipitaban a bañar la colonia Del Pueblo y al barrio de La Unión. Y entonces, era el momento esperado por nosotros... al enfilar hasta en el largo de dos cuadras, barcos de papel como carabelas.
Junto a vecinitos desfilábamos como ciervos desaforados, incasables, íbamos paralelos a cada una de aquellas frágiles naos, paralelos al riachuelo artificial, salpicando agua a cada brinco, mientras en cada prisma se descomponía la luz del sol en bellos abalorios de swarovski del mejor cristal. Tiempo de inocencia.
Mojados y alegres vimos, como tantas veces, el centelleo de luz en la herrumbre, el moho y el orín de las paredes desconchadas, y los escandalosos chorros suicidándose una y otra vez desde lo alto. Entonces eran encharcamientos.
Desde 1950, Tampico ya contaba con 96, 541 habitantes; antes que la política envileciera los proyecto de una urbanización ordenada; tras principios de siglo, se iniciaron las primeras obras para introducir agua y saneamiento en la urbe, trabajos proyectados para una población de solo 20,000 habitantes. Para los 70’s, éramos más de 185 mil; fue después de los 90’s que rebasamos los 300 mil; Ni Hidros, Jasad, Coapa o Comapa, dieron cabal seguimiento a un plan municipal de desarrollo, para un crecimiento planeado.
Hoy los perros no beben y mucho menos juegan en esas lagunas de aguas negras; administraciones pasadas no “previeron” el gran daño que iban a dejar a las nuevas generaciones, con redes de drenaje obsoletas, con hundimientos y desperdicio de agua, que ahora más que nunca nos son vitales. _