Travieso como cualquier niño de 9 años, a Joel el espanto no le hace nada; anda de noche en hogares como deudo en vigilia de féretros, ahí donde se halla un cuerpo amoratado e imperturbable. A él lo mueve más el sonido de un instrumento de cuerda que alejarlo el fuerte hedor a muerte; ante la macabra experiencia con difuntos -a veces no conocidos y vistos de lejitos- aguza el oído para escuchar el roce y rasgue que rasgue de cuerdas; los minuetes de antaño es música que a la postre lo hace enamorarse del violín.
Cruzaba una frontera ficticia para los huastecos -entre dos estados- en busca de algo que no sabía entonces; siendo en ese andar de brinco en brinco, del rancho El Retén, San Luis Potosí a Querétaro, cuando topó sin saberlo con lo buscado; fue en el pueblito El Lobo que oyó el huapango, el son huasteco y Los Pingüinos de Tamazunchale, el primer grupo que lo hechizaría.
“Me gustó, me gustó bastante y de ahí para el real, empecé a darle y a darle; la verdad nunca pensé ser... no sé si bueno, tocando el violín, ni jarana o algún otro instrumento: me gustaba escucharlos. Con el que inicié primero fue con el violín, luego lo dejé por “x” causa y, toqué la jarana a la que le di mayor tiempo; pero para tocar con trío, con Heliodoro, para eso, solo me lancé, hasta tocar mucho mejor”.
A los 17 años Joel Monrroy Martínez, salió de su rancho para instalarse en Ciudad Valles y desde entonces no hizo otra cosa que no fuera tocar: “Antes de tocar, me dedicaba al campo, a la agricultura; puedo trabajar, a lo mejor hasta hacer una casa; pero no, no es lo mío y sí lo sé hacer, pero lo que más me gusta era la música. Yo pienso que si dejara de tocar, a lo mejor me moría luego luego; en verdad”.
Hoy con 69 años y varios hijos, a ninguno de ellos le interesó dedicarse al huapango. Actualmente participa con el trío Huasteco de Valles; a pesar que su maestría lo ha llevado a viajar y grabar con los tríos Perseverancia, Los Cantores de Valles y Los Camperos de Valles, por mencionar solo algunos y viajar mucho, nunca ha perdido el piso; también le halló el modo al huapango arribeño a tal punto de alternar con Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, sabiendo que aunque ese estilo es bonito, “el huapango huasteco es lo mejor”.
Con casi 50 años tocando, señala: “Cuando toco con mucho amor, eso me fortalece, y le digo a las personas que le echen muchísimas ganas para que no se pierda esto; el violín, sobre todo es muy difícil. Entre más le buscas, más le hallas; el violín no tiene fin...” dice orgulloso don Joel, dejando escapar una sonrisa y una mirada que se pierde en los recuerdos.