La semana pasada rodó por los medios la noticia de “El Justiciero de la Marquesa”, un pasajero que hizo frente y mató a cuatro asaltantes en un autobús del Estado de México, y que desde hace una semana es buscado por las autoridades.
Confío en la incapacidad del Estado para encontrar a 43 estudiantes desde hace 25 meses: mientras digan que lo están buscando, el justiciero no tiene nada que temer.
Imagine un autobús
que rueda en la madrugada:
gente de pie, otra sentada,
bostezando a media luz.
En el espejo, una cruz
baila sujeta a un rosario,
un camino solitario
que el chofer conoce bien
y el arrullo del vaivén:
es la misma historia a diario.
Muchos duermen mientras viajan
en su trayecto a la escuela:
es gente que se desvela
porque estudian o trabajan
lejos, pero no se rajan,
por eso va decidida
a perseguir la comida
siete días a la semana;
es la lucha cotidiana
de la gente por la vida.
Se suben cuatro sujetos,
traen pistolas y cuchillos:
toman relojes y anillos
carteras, bolsos completos.
Los pasajeros, muy quietos,
entregan sus pertenencias,
nadie opone resistencia
son momentos inquietantes
donde actúan los asaltantes
con exceso de violencia.
En los asientos de atrás
un hombre observa la escena
sus pensamientos ordena
y en un instante, quizás
cinco segundos -no más-
decide que ya es bastante
dando un paso hacia adelante
extrae de entre sus ropas
un arma y a quemarropa
dispara a los asaltantes.
Ellos bajan del camión
heridos y atolondrados
dos de ellos siguen armados
es grave la situación.
En su desesperación
disparan tiros al viento
pero el hombre, en un momento,
aniquila a los bandidos:
los cuatro quedan tendidos
muertos sobre el pavimento.
Tomando sus pertenencias
devuelve a los pasajeros
sus relojes, su dinero,
tranquila está su conciencia.
Sabe bien las consecuencias
de su acción: tiene muy claro
que no habrá juicio de amparo
que lo libre de un castigo
por eso es que a los testigos
les pide “me hacen el paro”.
Se pierde por un senda:
atrás quedaron sus frutos
hace apenas diez minutos
que ha nacido una leyenda.
Un santo al que se encomienda
desde hoy cualquier pasajero,
un Robin Hood verdadero,
si Pancho Villa regresa
escuchará en La Marquesa
la fama de “El Justiciero”.
Y al otro día la noticia
pinta de rojo a la prensa:
“Se busca”, “Habrá recompensa”.
“Prófugo de la milicia”.
¿Dónde empieza la justicia?
¿Quién define al criminal?
¿Defenderse es ilegal?
¿Cuántos justicieros faltan
que hagan frente a quien asalta
la riqueza nacional?