A Silvio Rodríguez, en sus 70
La guitarra del joven soldado
fue llenando el planeta de arpegios,
de conjuros y de sortilegios,
de unicornios azules que ha hallado.
Quién le puede quitar lo trovado
-regatearle la clave a su son-
si la era parió un corazón
fue porque un aprendiz de valiente
le lanzó sus preguntas de frente
a los hombres del Playa Girón.
Quién pudiera pintar como canta
y trazar con paciencia el dibujo
que en los versos del Escaramujo
con la voz de Espinel se levanta.
Quién pudiera afinar su garganta
con el LA que le da la utopía
ser a un tiempo Hormiguita, Vigía,
Vagabundo, Gaviota y Fantasma;
mariposas de humo que plasma
la memoria con su melodía.
Quién pudiera invocar a las musas
entonando la Trova de Edgardo,
quién pudiera cantar y ser bardo
sin rodeos, pretextos ni excusas:
aclarando cuestiones confusas
preguntándose qué diría Dios;
hoy, que muda se encuentra mi voz
y no logro enfocar mi reflejo
debería escuchar tu consejo
y partir mis canciones en dos.
“Ojalá no te toquen las hojas”
es un himno de paz, no de guerra,
y la enorme ternura que encierra
lo hace blanco de las paradojas:
que no son sus estrofas tan rojas,
que la industria le ha puesto ya un precio,
que en un salto sin red ni trapecio
tras su vieja guitarra se esconde
pero el joven soldado responde
con los zurdos arpegios de El Necio.
Quién pudiera tender esos puentes
y cantarle a Violeta en su idioma
devolverle a la rabia su aroma
defendiendo con garras y dientes
su derecho a soñar con serpientes
a valsear y a volar papalotes
pasatiempos de tristes quijotes
o nostalgia de lo que no tuve
hoy invoco a que un Rabo de Nube
nos rescate de entre estos barrotes.
Quién pudiera ̶Cantor- ser la maza
que a las piedras esculpe y da forma
ser la voz que moldea y transforma
y no un débil murmullo que pasa.
Ser el faro que alumbre la casa
no la estrella fugaz que persigues
ni el aplauso que fácil consigues
complaciendo en el bar a la gente,
ser ejemplo de artista congruente:
quién pudiera ser Silvio Rodríguez.