Por razones comprensibles, más no del todo justificables, en las elecciones que se celebran cada seis años, somos dados centrar la atención en la presidencial, relegando a un segundo plano, o ignorando, la del Congreso de la Unión. En consecuencia, por añadidura las boletas de diputados y senadores se cruzan en el mismo sentido (“votar parejo”, se dice), sin ejercer el derecho que tenemos para hacerlo de manera diferenciada. El Voto diferenciado es la única posibilidad que los ciudadanos tenemos para controlar el Poder, y limitar los abusos de los líderes partidarios; quienes -no satisfechos con imponernos los candidatos- con el “voto parejo” pueden planear mejor cómo se deben relacionar los Poderes electos popularmente, potenciando así sus chantajes, ganancias y reparto de cargos (hasta de Notarías).
Sin duda, una de las responsabilidades más importantes de los ciudadanos es decidir quién queremos ejerza la función de Jefe de Estado, de Gobierno y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Al hacerlo, Debe considerarse experiencia, capacidad, aptitud y actitud de los prospectos. La actitud es tan importante como las otras tres cualidades, ya que debe tener cierto entrenamiento en el ceremonial y circunspección inherente a un Jefe de Estado. Bien dice la sabiduría popular: “para ser hay que parecer”; y que “como te ven te tratan”.
Resuelto eso, al decidir el voto para diputados y senadores debe tenerse presente que, en cualquier país presidencial, un Ejecutivo sin mayoría en el Congreso, puede convertirse en un gobernante con sus facultades constitucionales paralizadas; y que un Presidente con mayorías disciplinadas puede verse tentado a ejercer facultades “meta constitucionales” y un poder sin control. Para superar ambos riesgos, o salir de ese “callejón sin salida”, nuestro sistema bicameral nos ofrece la solución: si se da el voto en la Cámara de Diputados a algún partido del candidato presidencial por el que se votó, se le aprobaría el Presupuesto; podría así cumplir los objetivos de su Plan Nacional de Desarrollo y con las promesas de los programas sociales, que todos ofrecieron. El mayor absurdo sería elegir un Presidente, y al mismo tiempo obstaculizarlo.
Y, para que no ejerza un poder sin límites reales, vótese entonces por senadores de que no sean de los partidos que lo postularon para Presidente, para que esa Cámara actúe como freno o contrapeso a una mayoría de diputados fieles al Presidente. El sistema norteamericano así funciona, y funciona razonablemente bien. Es decir, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”.