Ocurrió lo que era de esperarse: empezó el descenso pronunciado del porcentaje de aprobación al desempeño del presidente López Obrador. Según el promedio de las encuestas publicadas, de Febrero de 2019 a Febrero de 2020, ha perdido 19 puntos pasando de un 82 a un 61%. Lo más grave se presenta entre enero y febrero del presente año que perdió nueve puntos porcentuales, lo que equivale a ¡casi un punto cada tres días!
Una pérdida de esa magnitud es un lujo que ni siquiera Peña Nieto podía darse, ya que en su peor momento –entre diciembre de 2016 a enero de 2017- perdió cinco puntos porcentuales. En este mes habrá que ver cómo le afecta lo del programa sembrando vida y el paro de mujeres del próximo día 9.
El causante de la caída en la aprobación del presidente es el propio presidente, no los imaginarios “conservadores” o “neoliberales”. Peor aún, atribuírselo a ellos es otorgar un poder descomunal a un grupo en realidad inexistente. Si en verdad existieran, peor para él: significa que ya le tomaron la medida.
Lo paradójico es que si bien el presidente va en caída libre, a su partido no le va igual de mal. En intención de voto para diputados federales, Morena has pasado de una preferencia del 46% en abril del 2018 (antes de que asumiera la presidencia AMLO) al 36% en noviembre de 2019. Es decir solo ha perdido 10 puntos en 21 meses, cantidad que su líder perdería en tan solo dos meses, de continuar las cosas como están.
Lo interesante es que en elecciones para diputados federales, los que dicen que no votarían por ningún partido, en junio de 2019 superan a los que sí declaran preferencia por alguno de ellos: los anti partido suben al 40% y Morena pasa al 37%. En noviembre del año pasado las proporciones eran 42 y 36 por ciento respectivamente. Los otros dos más importantes partidos están en el suelo: el PAN con el 12% y el PRI con el 9%.
Lo anterior, muestra uno de los síntomas de la “fatiga de la democracia” (baja credibilidad en los partidos)y confirma la tesis de Adam Przeworski, de que un grupo gobernante se mantiene en el poder no porque su legitimidad derive de sus acciones, sino de la ausencia de alternativas viables y creíbles para sustituirlo.
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