Durante cuarenta años he sustituido el rebozo por el modesto paliacate que siempre cargo en el bolsillo de mi escasa retaguardia.
Ambos, el paliacate y el rebozo, son dos prendas maravillosas, pero si me preguntaran cuál es más bella y útil, claro que me quedo con el rebozo.
Lamentablemente a los hombres nos ha sido vedado. Alguna vez he llegado a creer incluso que parte de la superioridad femenina radica en que ellas sí pueden usar rebozo y nosotros no.
Como sea, pienso que se trata de una prenda no sólo hermosa, sino sumamente práctica para las mujeres de nuestro pueblo.
Es tan práctica como para mí lo ha sido, precisamente, el paliacate.
Porque debemos saber que el rebozo es un accesorio cuya hermosura destaca el encanto de la mujer, pero fue en primer lugar más que un objeto estético: fue, o es, una frazada, un tocado, un soporte para cargar al bebé, una faja, un bolso para armar repentinos liachos, un trapo para limpiar el llanto, un discreto secamanos o, en casos de necesidad extrema, hasta una soga para atar lo que ande suelto.
El rebozo es muchas cosas, no sólo un rebozo.
Me gustan, creo, en diferentes niveles de interés y conocimiento, todas las artes e incluso lo que denominamos “artesanía”.
He comentado que desde siempre los rebozos me parecen dignos de aprecio, y más si detrás de ellos hay un esfuerzo creativo que busque dar a la pieza coloridos y texturas especiales.
Pero mi gusto por este objeto no sólo es material.
Me agrada también por lo que significa en el alma de los mexicanos.
A lo largo del tiempo he notado que es una prenda que supo colarse en el espíritu de nuestro país, y que por eso ha motivado composiciones que tienen también un sabor peculiar.
La más famosa es, sin duda, “Aires del Mayab”, compuesta por Carlos Duarte y José Domínguez, y cantada emblemáticamente por la inmensa Lola Beltrán; es, lo sabemos, una de las más difíciles de interpretar en su estribillo, por la rapidez y el desafiante cierre de la parte que aquí cito: “Muchacha bonita / zapato de raso bordado de seda te voy a comprar”.
Otra canción inmortal decorada con rebozo es “La patita”, de Cri-Cri. Todos los mexicanos ya rucones sabemos que la patita avanza con mucho salero, y que “Se va meneando al caminar / como los barcos en altamar”.
Pero más sabemos esto, que “La patita, de canasto y con rebozo de bolita, / va al mercado / a comprar todas las cosas del mandado”.
En esta pincelada es imposible no ver al México anterior a la llegada del supermercado, un México en el que se hacían las compras domésticas a la usanza de la patita, con canasto y con rebozo de bolita.
Ahora bien, creo que la mejor canción enrebozada la compusieron Rubén Fuentes y Rafael Cárdenas. Su gran intérprete fue, es y será Miguel Aceves Mejía, aunque es gloriosa la versión con Pedro Infante.
Esta es la letra de “La del rebozo blanco”, un huapango que me conmueve por la valentía de la mujer que encara la malediciencia pública nomás por el amor que lleva dentro, doloroso e infinitamente limpio:
“Ese rebozo blanco / que lleva puesto / y entre bromas y risas / viene luciendo / nadie sabe / las penas que lleva dentro / nadie sabe las penas que va cubriendo. // Sufre su orgullo herido por el desprecio / y en vez de arrinconarse triste a llorar / hoy se viste de boda como una novia / con su rebozo blanco para cantar.
// Ay, quién pudiera debajo de un rebozo, / cariño mío, tapar las penas, / debajo de un rebozo tapar las penas. // ‘La del rebozo blanco’ ahora le dicen / porque la ven vestida toda de azahar.
/ Y es que muchos quisieran verla de negro / y es que muchos
quisieran verla llorar.
// Aunque le han destrozado toda su vida / aunque siempre de luto por dentro va / ella todo lo cubre con su rebozo / y no le importa el mundo ni su maldad”.
Debajo de un rebozo real o imaginario tapemos nuestras penas, sí, pero también resaltemos con su color, en la mujer, las alegrías, que también las tenemos y debemos celebrarlas.