Cultura

Del cafecito

  • Ruta norte
  • Del cafecito
  • Jaime Muñoz Vargas

No hace tanto, quizá dos décadas o poco más, el café era una bebida ya habitual, pero no lo que es ahora: una potencia económica y ubicua, un producto que atraviesa todas las franjas sociales e, incluso, casi etarias, pues sí no me engaño en este momento ya lo sirven hasta en biberones. 

Exagero, claro, pero no ha de ser tanto, así que desde hace mucho dejó de ser, como en mi infancia, bebida casi exclusiva de los rucos.

Cuando abrí los ojos a la vida cotidiana no había otro café que el soluble, el instantáneo. 

Supongo que en los restaurantes o en las cafeterías hacían del otro, del de grano pulverizado al que después era necesario pasar por un filtro de papel. Nada de eso. 

El café que vi de pequeño era el Nescafé (y similares) de fresco para el que nomás hay que calentar agua. 

Sé que este café es considerado basura por los “sommeliers” actuales de la infusión, pero es el que tomaban mis padres y las personas como mis padres, toda la gente adulta que recuerdo. 

El aparato llamado “cafetera” (en cualquiera de sus posibilidades eléctricas) se popularizó casi desde los ochenta y eso nomás en ciertos entornos de clase media para arriba, pues en las familias menos pudientes, hasta hoy, el frasco de instantáneo es un producto casi infalible en la despensa.

Más o menos sobre esto, hace años escuché una afirmación muy atinada a mi amigo Max Rivera, crítico lagunero de cine: todos los productos que se preparan con agua son un negociazo. 

El principal es, lo comenté en un apunte de hace varios años, el agua. 

En efecto, el agua, que sin duda es preparada con agua, es tal vez el producto más ventajoso del mundo y puntos circunvecinos. 

Pero no se diga la cerveza, la gaseosa, el té, el jugo con supuesta fruta y todo aquello que se ha inventado como ingesta líquida basada en el agua. 

El café no es la excepción: seguro se trata de un negocio rotundo, y en algunos casos, si se le viste de esnobismo y se le convierte en signo de estatus, más que eso, pues todo es cuestión de que el vaso exhiba una determinada marca para que alcance el precio de un elíxir medieval, alquímico. 

Como tantas cosas en el mundo consumista de hoy, lo que en esos cafés cobran no es el café, sino la mamonería, el buen tono de decir sin decir, vasito en mano, que uno sí sabe.


@rutanortelaguna

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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