El decatlón, lo sabemos, es una disciplina olímpica que agrupa diez competencias: cuatro carreras, tres lanzamientos y tres saltos. Se trata pues de una justa que cada cuatro años pretende hallar al atleta con mayor número de capacidades combinadas entre la fuerza, la resistencia y la velocidad. Esto significa que el decatlonista no es el más rápido ni el más fuerte, sino un sujeto que gracias a su complexión y su entrenamiento puede equilibrar dignamente los resultados tanto de rapidez en una carrera de velocidad como de fortaleza en una de lanzamiento. Es, digamos, una especie de mecano multidisciplinario, un renacentista de la actividad física.
Debo confesar que siempre he sentido envidia de ese deportista; dicho sea de paso, por ser el de complexión más escultórica, pues no es ni fortachón como el lanzador de martillo ni flacucho como el maratonista. El equilibrio es, digamos, su medida, y manejarse bien en varias pruebas es su meta. Como él, sé que muchos tenemos algún conocido que le tira a todo y todo lo hace holgadamente bien. Esos tipos no abundan, claro, y menos en este época de hiperespecialización, pero todavía los hay. Un caso que tengo a la mano es el de Enrique García Cuéllar (Torreón, Coahuila, 1949), quien como buen decatlonista de las ideas y el arte ha sabido moverse sin miedo y con solvencia entre muchas disciplinas, como lo evidencia no sólo su currículum, sino su diaria y poliédrica actividad.
Periodista, maestro, músico, dibujante, publicista, asesor político, músico (otra vez, pues toca más de un instrumento), pedagogo, poeta, García Cuéllar es una demostración tangible de que la capacidad humana no tiene por qué conformarse con uno o dos apetitos. Si hay curiosidad y entusiasmo, en el continente de un solo cuerpo pueden caber muchos contenidos, tal y como ocurre con el humilde vaso de la infancia en el que tomábamos de todo.
Aguijado por sus lectores, que en algunos casos también son sus amigos, el lagunero se animó a reunir en el libro Feisbuquismos lo que parece insólito: estados o posts publicados originalmente en Facebook. Lo que podría parecer una frivolidad es lo contrario: gracias a esta selección advertimos que en un espacio generalmente usado para el texto apresurado y mal escrito, para la broma fácil o la injuria con aberraciones ortográficas y sintácticas, para el meme o el gif que arrancan una risa e inmediatamente pasan al olvido, pueden aparecer textos bien escritos y bien pensados, propuestas de debate con los pelos bien peinados, críticas aseadas en su forma y nobles en su contenido.
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