Este título de una melodía interpretada por el gran Alberto Cortez, da pie para redactar una serie de reflexiones que como administrador de profesión he tenido en esta largo andar laboral.
En primer lugar, damos por un hecho que es correcto el estatus de “fortaleza económica” que tienen los jefes o dueños quienes son más poderosos en ese aspecto que los trabajadores “Godínez”.
Estos autodenominados “Godínez”, empleados que laboran en un negocio, por lo regular, trabajo de oficina, siempre han (hemos) externado inquietudes respecto a las decisiones que se toman en el centro de trabajo, y son los primeros en criticar, y en su caso, de aplaudir, tal o cual orden o contraorden de parte del jefe inmediato.
La idea general de las personas es que en tal departamento o empresa hay dinero y pueden hacer más cosas para mejorar las condiciones laborales, y que si no lo realizan, es porque son gente abyecta o infradotada para estar en ese cargo directivo.
Dejando a un lado a los jefes o líderes sindicales que a pesar del tamaño microscópico o magnánimo del presupuesto que manejan, y que aun así, malgastan o deciden mal (por corrupción o incapacidad) a este tipo de gentuza, claro que se le critica y más aún si están en una empresa pública.
Pero los que estudiamos Administración de Empresas y las personas agudas y observadoras, saben que los recursos de cualquier empresa son limitados y que las necesidades por cubrir son ilimitadas: simple base de la Economía. Nunca alcanzará presupuesto alguno para cubrir todo lo que se necesita o desea.
Es importante ser empático y ponerse en los pies del “dueño” o de la “empresa”, ya que cualquier persona con sentido común puede entender varias de esas decisiones; así que en realidad, pobrecito mi patrón.
