En la actividad periodística, cubriendo la información policíaca, los elementos honestos (porque los hay y muchos) se quejaban no sin desencanto que sentían cierta frustración porque sabían que los delincuentes detenidos saldrían libres pronto, ¿cómo lo sabían? "Simple, tienen encendida su velita", respondían.
Al ver mi cara de sorpresa y desconcierto, explicaban: todos los delincuentes guardan una parte del dinero que sacan de su actividad ilegal porque saben que en algún momento serán detenidos y tendrán que dar dinero a alguien en el juzgado para salir en libertad o que les den sentencias pequeñas.
Por alguna razón en este país hablar de los jueces es prácticamente un tabú y no es para menos. El caso de Anuar González Hemadi, juez que otorgó el amparo al miembro de los "Porkys" Diego Cruz con una sentencia que es en sí misma una ofensa a la inteligencia y la moral; no es una excepción sino prácticamente una regla.
En todos los niveles y en todos los ámbitos México está repleto de historias de casos que se resolvieron no conforme a Derecho sino según el que haya gastado más o tuviera mejores amigos, más afines al juez de la causa o al secretario del juzgado (que en muchos casos es quien determina las sentencias).
El Poder Judicial del país, en cada nivel de gobierno, es sin duda alguna el más opaco de todas las instituciones que hay: nadie sabe exactamente cómo ni en qué momento se nombra a los jueces. Sí, hay un procedimiento, mismo que se mantiene oculto de la vista de la sociedad.
Ahí se mueven recursos incuantificables. Por el lado de lo que se ve hay fianzas que se pagan y que nadie sabe dónde están, a cuánto ascienden en total, qué se hace con ellas, multas y sanciones que desaparecen en la opacidad de la falta información clara y precisa que debería ser pública o que, al menos, no haya razón para que no lo sea.
Por el lado de lo invisible: carretadas de "mordidas", "ayudas para agilizar los trámites", "velitas" encendidas en cada juzgado, que mueven y terminan siendo el fiel de la balanza de una justicia podrida desde dentro.
Con un sistema tan corrompido no hay funcionario que se atreva a enfrentarlos por un hecho muy simple: con razón o sin ella, podrían terminar ahí y ser víctimas de estos delincuentes de toga y birrete.
La corrupción en este país tiene un origen claro que, a pesar de ello, nadie quiere ver: sin un Poder Judicial honesto todos tienen oportunidad y libertad de hacer lo que quieran en tanto haya una "velita" encendida al final del camino; mientras el que castiga sea deshonesto, no hay sistema anticorrupción que sirva.