Alrededor de la democracia estadounidense existía un gran mito constituido por distintos elementos que la hacían ver como casi perfecta y que le generaban un aura de misticismo por la que se podía garantizar que los principales valores humanos se manifestaban en cada proceso electoral... hasta ahora.
En la elección del pasado martes el mito de la democracia perfecta se vino abajo cuando el ganador del proceso presidencial resultó ser el candidato menos preparado, con el discurso más racista y xenófobo, quien ha dado muestras de mayor desdén al papel de la mujer en la sociedad pero, más peligroso aún, el más visceral e irracional de todos.
Era ya de por sí inexplicable que desde el proceso de selección de candidatos Donald Trump hubiera ido eliminando uno a uno a los aspirantes del partido republicano quienes no encontraron cómo hacer frente al populismo ultranacionalista del empresario venido a político de ocasión.
Al obtener la nominación, buena parte de los analistas sugería que Hillary Clinton, su rival por los demócratas, tendría una especie de proceso sencillo al arrancar con una importante ventaja sobre el republicano; aunque había quienes alertaban de la peligrosa posibilidad de que Trump pudiera lograr lo impensable.
El martes 8 de noviembre por la noche, el mundo veía con horror y espanto cómo la pesadilla se convertía en realidad: el candidato republicano, el intolerante, el racista, el xenófobo, el machista, el engreído ganó la elección desde el primer hasta el último momento del conteo.
La democracia perfecta falló.
Falló porque más de la mitad de los estadounidenses con posibilidad de participar no lo hicieron; el gran mito de la democracia es que se trata del gobierno del pueblo o de la mayoría, la realidad que deja este proceso es que no: se trata del gobierno de la gran minoría votante.
Pero sobre todo falló porque los más jóvenes no están interesados en política y están dejando las decisiones en manos de viejos ultrarradicales constituidos en grupos minoritarios aferrados a un pasado incongruente con las necesidades y características del futuro inminente, bloqueando el avance al que se encaminaba la sociedad mundial. Pasó en el Brexit, pasó en España, pasó en Francia y está pasando en Estados Unidos.
El mito de la democracia perfecta, la de avanzada, la humana, se derrumba y le pasan por encima las ideologías más retrógradas y peligrosas para la humanidad: las violentas, las intolerantes, las basadas en miedo y odio, que llevan a pensar que la democracia no solo no es perfecta, es equivocada.
