Luis Miguel Morales C.
No es extraño escuchar a los políticos hablar de paraísos perdidos y añorados, de utopías prometidas, de una Arcadia imaginaria que es preciso resucitar. Hace muchos siglos, Platón creó una de las leyendas más fascinantes de la humanidad, al describir una espléndida civilización olvidada, la Atlántida. El filósofo griego afirmaba conocer la historia del imperio atlante de labios de su abuelo, que a su vez la había escuchado a sus antepasados. Según esos relatos, miles de años atrás los atlantes construyeron una ciudad grandiosa con torres, templos y palacios protegidos por canales concéntricos en forma de anillos.
En realidad, sabemos que Platón aludía al mito de la Atlántida para defender sus ideales políticos, disfrazándolos de hechos históricos: los atlantes de los tiempos gloriosos debían su grandeza a su sobriedad, autarquía económica y obediencia a las leyes. Tras siglos de prosperidad, un repentino terremoto y una inundación habrían hundido en el mar la prodigiosa Atlántida “durante una noche y un día terribles”. A pesar de los aspectos fabulosos del relato, numerosos investigadores han creído en la realidad de la Atlántida y siguen buscando restos del continente sumergido en los fondos marinos de todo el mundo. Sin embargo, los vestigios de aquel edén no emergen, y los únicos paraísos que podemos situar en el mapa son los paraísos fiscales.
Irene Vallejo