Las ficciones modelan la realidad. El protagonista de un libro puede transformar a su lector, inspirándole ideas, guiándolo en sus decisiones, contagiándole su lealtad o su rebeldía. Los seres de papel representan también su papel en nuestra vida. Quienes amamos los libros contamos con un pequeño grupo de compañeros imaginarios.
Entre ellos, los personajes de Cervantes han configurado en buena medida nuestra mentalidad moderna. Don Quijote, ese estrafalario y anacrónico caballero andante, o el Licenciado Vidriera, el estudiante que se cree de cristal, inventan identidades quiméricas para expresar sin límites su libertad. Amparándose en su locura, esos dos maravillosos insensatos cuestionan la realidad con afilado ingenio mientras se comportan de manera demencial. Con ellos, Cervantes cambió el paisaje de nuestros sueños. Para curarnos de cualquier fanatismo, se rió de los estropicios que provocamos incluso en nombre de las mejores causas. Inauguró la novela introduciendo la ambigüedad en el retrato del héroe. Tomó partido por personajes bienintencionados y ridículos, locos a veces cargados de razón, luchadores que dan risa, pobres diablos con momentos divinos. Pero quizá el mayor logro, y el más refrescante, fue contar estas historias insólitas sin caer en el cinismo. Mutilado y cautivo de guerra, Cervantes nos describe un mundo feroz con palabras joviales.
Irene Vallejo