No sé como nombrar eso que quiero decir, pero la palabra “recursos internos” es la frase que me sale con mayor rapidez. ¿Cómo explicar el hecho de que personas de vida resuelta caigan en las redes de explotadores sexuales en nombre de la superación personal, o de pederastas y caza fortunas cobijados en el nombre de Dios? ¿Por qué suceden los casos de sumisión total a una persona común y corriente, como usted y como yo? ¿Por qué su endiosamiento?.
Busco palabras que puedan expresar cuáles son esas fallas de la condición humana que provocan una caída moral, una renuncia total a la razón, o bien una sumisión voluntaria al poder de otros que se dedican a arruinar la dignidad y la vida de sus víctimas. ¿Es posible vacunarnos contra la ignorancia? ¿Contra el fanatismo? ¿contra el autoritarismo? La historia reciente nos da una respuesta negativa.
Empecemos por la personalidad de los victimarios, ya sea dictadores, políticos patrioteros en turno, o gurúes espirituales estafadores. Veamos un ejemplo actual y leamos lo que nos cuenta Mark Singer sobre Donald Trump. Su artículo llamó mi atención por una frase que traduzco. “En lo que respecta a su vida interior, terminé mi libro sobre Trump con una observación; Trump, un experto en bienes raíces, que clasificaba sus propiedades en tres categorías -lujosa, súper lujosa y súper súper lujosa- había aspirado y logrado el lujo máximo: una existencia imperturbable y sorda a los rugidos del alma” (New Yorker, 26 de abril de 2011).
¿La capacidad de contar con una vida interior? ¿La apertura para escuchar esos quejidos del alma? ¿Interioridad? ¿Alma? Al parecer, estos recursos internos van conectados con el abuso de poder y la manipulación.
Ahora bien, ¿qué pasa con las víctimas de la estafa? Trátese del padre Maciel, de Osho, de Keith Raniere o similares ¿Qué venden que les acomoda tan bien?¿Qué entienden de las debilidades humanas para poder ejercer su dominio?
En conversaciones con amigos, hemos repasado algunas posibilidades: la necesidad de pertenecer al privilegiado grupo de los pocos elegidos, la falta de sentido de la vida, una ansiedad voraz por el logro. Son especulaciones que apuntan a visión del mundo equívoca, rota, desprovista de una mente propia, de pensamiento crítico, y de empatía.
¿Es posible que eso se aprenda en la escuela?
Repasemos la historia que nos cuenta la filósofa Martha Nussbaum en su libro La educación liberal. Hace dos mil años, en la Roma de Séneca, se llamaba educación liberal a aquella que se dirigía a los señores libres, que habían nacido de familias acomodadas. Era una educación de élite, y “adecuada para la libertad”. Con el afán de modificar su contexto, Séneca da un giro y declara que ésta será adecuada para la libertad, sólo si produce ciudadanos libres, no debido a la riqueza o al nacimiento, sino porque se saben dueños de sus propias mentes. A partir de esta idea de Séneca, Martha Nussbaum explica que el conocimiento no basta. Es necesario algo más profundo, como es la comprensión. Esa comprensión solo puede darse a partir de la educación de las emociones y de la imaginación. Desafortunadamente, esta función de la educación ha sido sistemáticamente ignorada y severamente reprimida en los modelos educativos tradicionales.
La empatía juega un papel crucial en esa comprensión: la capacidad de imaginar cómo puede ser la experiencia del otro. El interés de carácter ético por el otro es -dice Nussbaum- la base de una democracia sana. La función primaria de las artes es cultivar la comprensión.
Las artes estimulan el cultivo del propio mundo interior, y también la sensibilidad ante los otros. Cultivar la emoción y la imaginación, la pasión, la creatividad y la solidaridad es necesario para una vida floreciente y por supuesto, una vida democrática, sobre todo porque nos ayuda a ver nuestros puntos ciegos.
La ausencia de recursos internos provoca cataclismos. Uno de ellos es la ausencia de autocrítica. Ese no saber que no se sabe, daña.