
Laguna fue una fábrica de hilados y encajes que inició en 1910 y logró sobrevivir hasta 2015, no obstante, la invasión de la industria textil china; de todo sobrevivió una cafetería, Buna, junto a la que, desde entonces, han florecido 28 marcas de emprendedores. Laguna, fábrica de fábricas, como la definen, está en la colonia Doctores.
Es un lugar de encuentro, un recodo secreto, un remanso donde los concurrentes, la mayoría jóvenes, se reúnen para armar planes, conversar entre amigos, admirar una exposición, entre otras actividades que se llevan a cabo en este espacio de murmullos y tranquilidad, mientras deambulas o te sientas en sillas distribuidas por este ecosistema.

Aquí están los hornos donde maduran los exquisitos panes Delirio, de la chef mexicana Mónica Patiño, que aquí puedes disfrutar, o comprarlos y te vas a Duna, donde disfrutarás un buen café, sin dejar de mencionar esos incomparables alimentos, elaborados por las cocineras de Bar Mini, cuyos sabores y aromas son únicos; dos ejemplos son las cazuelas de enfrijoladas con chorizo, o los llamados bowls.

Lo que Laguna busca son oficios diversos que se complementen y puedan colaborar entre ellos, refiere Irina Calderón, directora creativa. “Tenemos proyectos de gastronomía, de arquitectura, de arte, de diseño industrial y también de farmacéutica”.
Sí, de farmacéutica, en la que una chica hace mezclas de cremas entre farmacia y astrología, y lo compruebas cuando ingresas al lugar, pues te envuelven los sentidos un sinfín de aromas que emanan de savias e infusiones.
Lo hecho aquí tiene “trazabilidad, lo cual significa que podemos saber desde dónde viene el grano del café que tomaste hace rato o cada uno de los productos con los que se trabaja”, explica Calderón, arquitecta y artista plástica.
—¿Y cualquier persona puede venir aquí?
—Así es. Solo tocas el timbre y bienvenidos al café Buna, que está abierto todos de lunes a sábado, de 9 a 6.

El nombre de Laguna viene de La Laguna, el nombre de la fábrica de hilos y encajes que soportó crisis, pese a la industria china, que arrasó con muchas industrias mexicanas. Pero Duna resistió y se expande.
“Lo que significó es que este espacio siempre ha sido productivo, industrial; antes, hilos y encajes; ahora, 28 cosas diferentes”, precisa la también ceramista, una actividad que está representada en Laguna, donde se fusiona lo artístico y lo comercial.
***
En este amplio espacio, cuyo inmueble forman la esquina de las calles Doctor Erazo y Doctor Lucio, colonia Doctores, estaba La Laguna, fábrica de hilados y encajes que tenía una caldera para el secado de hilos. Pues bien, la caseta donde estaba el calentador fue adaptado para brindar el servicio de alimentos a la comunidad de lo que ahora es Laguna.

En esta caseta quedó Bar Mini, cuyo propietario, Emanuel Islas, detalla lo que ofrece: “Chilaquiles, molletes, enfrijoladas, huevos, bowls y lonches, que son tortas con el pan que hacemos aquí, en Casa de Masa madre”.
Se frece hospitalidad a la comunidad y a los visitantes que llegan a consumir en esto que fuera una caldera de una fábrica que duró de 1910 a 2015. “En Laguna nos ayudamos entre todos”.
Emanuel resume el ambiente que se palpa mientras recorres estas instalaciones: “Lo importante de estos espacios es la comunidad; sobre todo lo que se genera alrededor: las personas que vienen a sentarse, a la barra, a desayunar, a comer; igual que como lo habitamos nosotros, los locatarios, cómo les damos vida a estos sitios”.
Y han sido buenos anfitriones en ese sentido, añade. “Somos como el brazo de la fiesta, de la diversión, de la risa en Laguna”.
Y a unos cuantos pasos, a la derecha, mientras observas talleres de ropa y tapices, permanece Buna, un negocio de café y chocolate que ya estaba antes de que cerrara la fábrica.

Enrique Medina es el gerente de este negocio donde se tuesta, distribuye y se consume café, además de otras bebidas. “Buna es una compañía de conservación ambiental que, literalmente, lo hacemos a través de compartir café y chocolate rico”.
“El producto y la compañía —Medina insiste en usar este término en lugar de empresa—están diseñados específicamente para poder generar conservación en un acto tan cotidiano como beber café”.
Una de las principales características del negocio, añade, es mantener relaciones comerciales directas con productores, pero con la condición de que no usen agro tóxicos.
Han establecido relaciones comerciales en distintas zonas del país; a tal grado, asegura Enrique Medina, que “nos dejan meter manos a la tierra y hacer transiciones de sistemas convencionales a sistemas agroforestales con un modelo para que no solamente dejen de utilizar agro tóxicos, sino también que les sea rentable; es decir, que se traduzca en una taza de café o en una barra de chocolate deliciosas”.
—O sea, aquí sí se consume café orgánico.
—Sí —redondea Medina—, nosotros tenemos un lema que es: el café es rico porque es rico en biodiversidad, en el ecosistema de donde proviene; rico en los microorganismos, en la riqueza del suelo; rico para que te lo bebas y también hay la una derrama económica para cada uno de los integrantes en el ciclo de suministro.
***

Todos los negocios en Laguna son marcas jóvenes, comenta Irina Calderón, gestora cultural, nacida en Ciudad de México, y arquitecta por la UNAM, egresada del Taller Mac Cetto.
Las 28 marcas empezaron de hace alrededor de 10, 15 años. “Son marcas muy resilientes que han aguantado el terremoto del 17, la pandemia, y se han ido adaptando”, destaca Irina Calderón, con maestría en Sustentabilidad por la Universidad Politécnica de Madrid.
—¿Y qué más buscan?
—Pues justo lo que buscamos en Laguna es ofrecerles una fábrica que los cobije, que los arrope, que los incite a que formen lo que es este lugar: una fábrica de fábricas donde tienen todo: su casa y su producción.
Es solo una muestra de lo que fue una fábrica que resistió los embates de la industria china; un espacio que se transformó en 28 oficios donde la armonía es fundamental.
