Cultura

Solidaridad a media pandemia

Fue hace dos meses. Solo bastó una mirada de José Luis para sentir compasión y llegar preocupado a su casa, no muy lejos de Paseo de la Reforma, y decirle a su madre que había visto una larga fila de personas frente a un templo. Eran días en que el covid-19 aceleraba su ascenso.

El hombre, que proviene de una familia donde el sentido solidario ha germinado, vive en la alcaldía Cuauhtémoc, con el mayor número de personas en situación de calle de Ciudad de México, donde hay más de 4 mil 500, mismas que en recientes meses se hicieron más visibles.

Tales datos no los conocen José Luis ni su madre, la profesora jubilada Leocardina Ruiz Hernández. En cambio sí percibían que esa población era más visible a ras de tierra, por lo que en ellos se reactivó su sentido altruista, igual que en otras ocasiones.

Madre e hijo formaban parte del resto de esa población que permanecía confinada en sus casas. Y por un momento pensaron en regalar despensas entre los sin techo; pero concluyeron que no era práctico.

Reflexionaron sobre la posibilidad de ir al templo y preguntar si se trataba de personas que recibían algún tipo de ayuda. Sin embargo no tenían que ir tan lejos, pues corroboraron que a tiro de piedra se movían algunas de ellas. “Podemos hacer tortas”, propuso el hijo a su madre.

Ella, ex profesora de primaria, estaba consciente que la vida misma, a partir del covid-19, había cambiado, empezando por los hábitos, y pensó entonces en la orfandad de aquellos hombres y mujeres.

La situación había sensibilizado a muchas personas y, como ellos, también surgieron otros que se han solidarizado con médicos y enfermeras que permanecen en el frente de batalla contra el virus.

Y orientaron su preocupación hacia esas personas que carecen de todo e hicieron un mapeo mental más allá de su entorno.

Después supieron que ahí estaban, están, alrededor del mercado; en Alameda Central, estación Hidalgo, Paseo de la Reforma, Bucareli y Balderas, Monumento a la Revolución y el Ángel de la Independencia, donde hasta niños frotan parabrisas o venden dulces.

“Nosotros, sin que esto parezca jactancia, siempre tratamos de solidarizarnos cuando hay una necesidad, como ha sucedido en los temblores”, aclara la profesora. “Por eso a mi hijo le llamó mucho la atención cuando vio tanta gente formada en la glorieta de La Palma”.

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Para tener más certeza, José Luis y su madre investigaron entre los templos de la zona y supieron que algunos sacerdotes repartían despensas con artículos de la canasta básica entre las personas en situación de calle. Lo que ellos acordaron, en cambio, fue hacer tortas y salir a repartirlas.

Desde entonces ella se encarga de comprar bolillos o teleras, queso, mayonesa, jamón y jugo. En su departamento las prepara.

Solo seguía una tradición familiar, algo que sus padres habían inculcado desde niña; ayudar en el cimiento de escuelas y templos, por ejemplo, y auxiliar a damnificados de temblores y ciclones.

Los padres de la profesora, originarios de la ciudad de Oaxaca, se casaron en los años cincuenta y viajaron al entonces Distrito Federal, donde procrearon 9 hijos, entre ellos Leocardina, que es la mayor.

En días recientes la profesora ha salido a repartir tortas, ya que a José Luis se le acumuló el trabajo de la empresa y no ha tenido tiempo.

Ahora ella no solo hace las tortas, sino que sale a repartirlas en los alrededores del mercado Juárez y avenida Bucareli, donde todavía es recordado su hijo, a quien se alegraban de ver y coreaban: “Ahí viene el muchacho de las tortas”.

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Y ahí va la profesora con su carrito de tortas. En los alrededores del mercado Juárez y sobre avenida Bucareli y Reforma.

La sorpresa es que un día, después de una reunión de inquilinos del edificio donde vive, salió el tema de lo que cada quien hacía durante el confinamiento y ella comentó que “en las calles había mucha necesidad” y, sin el afán de jactarse, detalló su labor.

Y fue así como vecinos comenzaron a cooperar con ciertos gastos mientras ella, sin dejar de poner de su cuota, se encarga de hacer las tortas, acompañadas de jugos, y continúa repartiéndolas.

Los insumos -pan, telera o bolillo, jamón y queso de puerco, huevos, salchicha-, son comprados en el súper de la colonia. Ya en su casa preparara entre 40 y 45 tortas, algunas de las que también reparte entre músicos callejeros que tocan sus instrumentos cerca de donde ella vive.

En estos casos lo que hace es colocar las tortas en una cubeta amarrada de una cinta y bajarla desde su terraza para que la tome el saxofonista o trompetista que a veces interpretan Dios nunca muere.

—¿Y qué más le pone a las tortas?

—A veces también frijoles; es que los frijoles son más llenadores- dice mientras sonríe esta mujer de baja estatura, delgada, que adereza el tentempié con crema y queso.

“Yo pongo mi olla de frijoles y luego hago los frijoles refritos, con su cebolla y todo, y se los unto a las tortas y luego les pongo salchicha o huevo o jamón o queso de puerco”, describe la profesora.

Y, por supuesto, todo lo hace con higiene, aclara quien a veces regala tortas a dos mujeres policías que vigilan el edificio, pues viven en Ecatepec, Estado de México, y tienen salarios raquíticos.

—¿Cuánto invierte?

—En un principio, alrededor de 300 pesos, porque compré aceite; ahora es un poco menos, unos 250 pesos.

—¿Todos los días?

—La idea es que sea todos los días; a lo mejor un sábado o un domingo descansamos, y durante la pandemia pienso hacerlo cotidianamente; pero cuando mi hijo ya se vaya a trabajar a la oficina, pues se me va a dificultar; a lo mejor haga unas pocas, o quizás nada más los fines de semana.

—¿Y qué dice la gente?

—Es muy gratificante. Un día me dijo un señor: “Ay, ojalá que en su casa nunca le falte de comer”. Otro me dijo: “Que Dios se lo multiplique”. El otro día un muchacho le dijo a mi hijo: “Ay, regálame otra porque tengo mucha hambre”. Y uno lo hace con mucho gusto y ellos quedan agradecidos.

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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