Cultura

La justicia no llega al Ajusco

Un día de julio de 2013, cuando anochecía en el Ajusco, el joven Diego Uribe Jardines salió de su casa a bordo de una camioneta, en la colonia Torres de Padierna, delegación Tlalpan, pero a su regreso, días después, fue llevado de un hospital.

Diego y dos amigos iban en busca de Óscar, su hermano, a quien le festejarían su cumpleaños; por la noche, después de comprar unas cervezas, sin embargo, los persiguió una patrulla policiaca, cuyos tripulantes les ordenaban pararse.

La camioneta en que viajaban, una Ram de doble cabina, avanzó por la Carretera Picacho-Ajusco, luego giró sobre una callejuela empinada y aceleró, sin que sus ocupantes frenaran, pues iban de subida.

Eran las 22:30 horas.

De pronto los ocupantes escucharon disparos, por lo que decidieron parar hasta la planicie, en lo alto, y fue ahí donde supieron que una bala había cruzado a lo largo del vehículo y perdigones se incrustaron en la cintura baja de Diego.

El muchacho sintió estragos en el vientre y descendió, todo maltrecho, junto a su hermano y amigos, quienes encararon a los policías; hubo gritos y el problema estuvo a punto de trascender, si no hubiera sido porque uno de los que iba en la camioneta se identificó como colega que ese día gozaba de su descanso.

De aquel suceso ya van dos años.

La trama ha sido detallada en estas páginas. La víctima y su padre, mientras tanto, esperan respuestas de instancias a las que han recurrido, como la Comisión de Derechos Humanos local, donde ya no trabaja el visitador que llevaba el caso, dice Óscar Uribe, quien exige la reparación del daño a la Secretaría de Seguridad Pública del DF.

La ayuda oficial ha sido mínima. Diego Uribe Jardines, de 20 años, aún recibe atención psicológica. Es la única ayuda.

Un lunar oscuro quedó en la parte izquierda de su cadera, por donde penetraron el proyectil y balines que hicieron estragos en sus intestinos delgado y grueso, lo que obligó a especialistas del Hospital General Xoco a intervenirlo con urgencia.

***

Óscar Uribe Jardines, hermano de Diego, es el cumpleañero que ese día iba en la camioneta con los otros tres.

—¿Qué pasó esa noche?

—Veníamos de la carretera Picacho-Ajusco cuando una patrulla nos marca el alto; sin embargo, no lo hicimos, sino hasta más arriba; pero antes, sobre la calle de Motul, hacen disparos al aire.

—¿Y en qué momento los sigue la patrulla?

—La patrulla prende sus sirenas y es cuando nosotros damos vuelta a la izquierda, en esa calle Motul, donde hacen el primer disparo.

—¿Y ustedes qué hacen?

—Traíamos la música alta, no nos percatamos de eso y nos seguimos.

—¿Por la misma calle?

—Sí, sobre la calle de subida.

—¿Y el disparo?

—En ésta fue uno —dice mientras señala la empinada y torcida callejuela por la que enfilaron después de entrar por Ajusco-Picacho.

—¿Y después?

—Más arriba fueron dos disparos, uno al aire y el otro ya precisó a la camioneta —añade Óscar, quien apunta con su índice hacia lo alto.

Y ahí en la zona plana frenó la camioneta, luego de que el escopetazo había cruzado el metal y luego la espalda baja del cuarto pasajero, que iba del lado derecho.

En la reconstrucción, realizada para tele, participa Diego, joven taciturno que se auxilia de un bastón para caminar con seguridad.

—¿En qué momento sientes el primer disparo?

—Pues ya cuando vamos dando la vuelta aquí —señala el recodo de la calle Motul—, es cuando siento un impacto.

—¿Qué sientes?

—Pues dormidas las piernas.

—¿Y qué pensaste?

—Pues que me habían disparado y no sabía lo que iba a pasar.

—¿Y luego?

—Ya fue que nos detuvimos, pues nos bajaron, y yo me tendí en el piso porque no me podía quedar de pie.

—¿Quién llega en tu auxilio?

—Nadie, ahí estuve un rato hasta que llegó la ambulancia.

—¿Hacia dónde te llevan?

—A Xoco, al hospital.

—¿Y en Xoco qué pasa?

—Me toman una radiografía y me dicen que me van a operar. El tiro se quedó adentro y afectó muchas partes de mis órganos, por eso es que me tuvieron que operar.

—Y traes un bastón.

—Sí, porque no tengo la misma fuerza en mi pierna, me canso rápido.

—¿Y qué esperas?

—Pues que se hagan responsables, que paguen.

***

En su casa del Ajusco, cerca de donde sucedió todo, habla Óscar Uribe, padre de Diego. Es un jueves. Su hijo acaba de llegar de la terapia.

—¿Qué hacía usted en esa noche?

—Estaba en mi recámara, a punto de dormir.

—¿Cómo supo del problema?

—Recibo una llamada vía celular de mi hijo el mayor diciéndome que unos policías les habían disparado y que habían herido a su hermano; procuré tranquilizarme, me vestí y me fui a la agencia 65 del Ministerio Público, pregunté al guardia de la entrada y me dijo que nadie había ingresado, y en ese momento llega una patrulla y veo que en la parte posterior llevan a mi hijo Óscar, esposado.

—¿Por qué lo detienen?

—Nadie me dio datos; hasta las dos de la mañana me dijeron que mi hijo estaba en el hospital general de Xoco, adonde llego y me dicen que ya llevaba dos horas en quirófano y que iban a tardar un poco más.

—¿Tiene una serie de exigencias que no le han cumplido, usted qué pidió?

—Cabe aclarar que yo no pedí; la Secretaría de Seguridad Pública se comprometió a hacerse cargo de los gastos, de la terapia física, de la terapia psicológica, y que ellos iban a reparar el daño.

—¿Qué tanto han reparado el daño?

—Yo creo que ha sido mínimo, lo único con lo que contamos es con el apoyo psicológico. Diego acude al Instituto Nacional de Rehabilitación, pero ya únicamente es para checarlo, terapia física ya no.

—Ustedes tienen una serie de exigencias.

—Nuestra exigencia es que se hagan cargo de gastos médicos mayores, vitalicios, y una beca estudiantil. El servicio médico lo estoy pidiendo porque Diego fue intervenido y le tuvieron que quitar intestino, le sacaron seis postas de su cuerpo y actualmente se aloja una posta en su ingle derecha; entonces, yo no sé cuándo él vaya a requerir un especialista, un servicio médico a consecuencia de esto.

Dos policías fueron sentenciados por cuatro diversos delitos de homicidio calificado en grado de tentativa, se lee en el expediente.

Lo que ahora hace falta es la reparación del daño. El problema es que la familia Uribe ya no sabe a quién recurrir y no le queda más alternativa que seguir esperando.

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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