Este hombre tiene el pulso de la franja donde se surten miles de personas; pero el coronavirus les ha puesto un repentino freno, de modo que los proveedores gastan sus reservas y no hay más alternativa que apoyarse entre ellos. No piden otra cosa más que trabajar. Y sin embargo en este callejón no se vislumbra una salida. Estas son sus calles desiertas, descritas por Alfonso Hernández, cronista de Tepito, quien relata desde el corazón del barrio. Es la voz de quien nació hace 75 años en la calle de Florida.
El covid-19 los desgasta. Primero se colocaron tapabocas, pero inhibió las ventas, de por sí escasas. Muchos no sacaban ni para persignarse. Entonces empezaron a comerse su propio capital y optaron por no salir, sobre todo en Semana Santa, los días más difíciles, y solo unos cuantos salían a rascarle al suelo a ver qué caía, uno aquí y otro por allá, como en Rinconada y Constancia, atrás de la iglesia de San Francisco.
Y más allá la desierta Lagunilla, la ausencia del bullicio dominguero que asfixió la pandemia. Ni la bulla ni los pasos entre ropa de medio cachete importada, ésa que da la pinta de nueva. La zona está apagada. Nada del colorido tráfago. Nada de consumidores atropellándose. Ni los días de bullicio en sus vecinas calles de ese rectángulo de la alcaldía Cuauhtémoc.
Escasos comerciantes salen a vender, pero solo llega Doña Soledad, que se extiende por toda la metrópoli, sin la presencia de esa mayoría que madruga y derrapa frente al puesto de tamales y atole.
“Dígame, señito; dígame, joven”.
Es el recuerdo. El eco. La mirada de refilón, las preguntas de quienes viven al día. Los no asalariados que buscan y se acicalan y miran hacia todas partes. Y ni hacia dónde jalar, más que con la familia, un préstamo en corto y los amigos, la solidaridad.
En esta gran ciudad prevalece el sector terciario de la economía. “El comercio y los servicios formales e informales que generan dinero bueno y malo”, expone Alfonso Hernández. “La economía informal es una modesta fábrica social, la única que compite con la creciente economía delincuencial”.
Y esta zona es un reflejo de esa economía informal que se multiplica en Ciudad de México, sus alrededores y más allá, en todo el país; es la Meca de la economía subterránea. Pero la sequía avanza.
***
“El tianguis de Tepito, el bazar dominical de La Lagunilla y sus siete mercados suman más de 15 mil unidades económicas de sobrevivencia; cada una suma de tres a cinco empleados y muchos dependientes económicos”, informa Alfonso Hernández. “Si esto se replica en el Centro Histórico, hay que considerar una economía cuyo capitalismo a la brava da trabajo y sustento a una clase popular empobrecida por el sistema”.
Hernández, quien vive y creció en la zona, sabe muy bien de lo que habla, y por eso aventura: “El comercio popular es el único que procura reactivar la economía del mercado interno, con productos nacionales y sin favorecer la generación de empleos en países asiáticos”.
Y retaca:
“La perversión del TLC es importar chinaderas, que crean empleos en otros países, y que están cambiando el nombre de calles del Centro Histórico, a las que ahora se les dice China Suárez y Corea Mayor”.
El tianguis callejero de Tepito, sin ser parte de un programa de gobierno, asegura Hernández, “es capaz de regular el mercado de precios en la ciudad. Por lo cual se le ataca y bloquea”.
La Constitución de 1917 —alecciona Alfonso Hernández— le dejó a la clase popular la agricultura de temporal, las artesanías locales y el pequeño comercio, mientras que la Constitución de CdMx “reconoce los derechos laborales de la clase popular, pero los legisladores todavía no reglamentan ni reconocen la utilidad de lo minúsculo”.
El cronista de Tepito, quien ha representado a historiadores de barrio en Ciudad de México, dispara frases cortas:
“La clase popular tiene una economía del día a día, y solo demanda que nos dejen autoemplearnos, porque es lo único que sabemos hacer: trabajar por cuenta propia para el sustento y educación familiar”.
—¿Y los estudios?
—Ya cambió el paradigma de estudiar para tener un empleo que solo da para comer; ser comerciante especializado da para vivir. Por eso la economía informal debe ser reconocida como microempresa que solo requiere un espacio para trabajar.
—¿Y qué hay de la pandemia?
—La pandemia está poniendo a prueba la economía y la salud de quienes menos tienen. Porque no somos una ciudad pobre, sino empobrecida por los monopolios corporativos. Los tianguistas somos la única cadena de abasto y distribución de bienes y servicios.
Y describe:
—Las calles de Aztecas, Florida, Bartolomé, Toltecas, Tenochtitlan, Chucho Carranza, Matamoros, Rivero y otras, lucen sin vendedores y compradores en su andamiaje comercial.
Es la sequía.
En el corazón del barrio.
***
Alfonso Hernández alburea:
—¿Quieres más mezcla?
Y añade:
—O te remojo los adobes.
—¿Cuál ha sido la crisis más canija?
—La del sismo del 85 —responde— fue tremenda, pero el barrio recuperó su cotidianidad comercial en una semana o no teníamos dinero para comer.
—Pero desalojaron las vecindades.
—A pesar de eso no dejamos ni pudimos dejar de trabajar más de una semana, porque la prole tenía que comer.
—¿Y ahora?
—Estamos en un momento de crisis muy grave; por eso el gobierno va a tener que aflojar. O sea, no puedes parar una economía de subsistencia, la de los no asalariados, que está a la par de la economía formal.
—¿Debe haber un programa de ayuda?
—Lo único que queremos es que nos dejen trabajar, porque de lo contrario no alcanzará dinero para darle a la mitad de la población, dinero para que coma.
—Pero viene lo más difícil.
—Lo que sucede es que en épocas más difíciles los comerciantes se apoyan unos a otros. Es cuando cambian los giros. “Yo cuido tu puesto”, “yo vendo comida, tú consúmeme”.
—O sea.
—Se articula una red de apoyo, de intercambio y trueques, de bienes por servicios. Es suficiente para que la gente sobreviva.
—¿Y qué piden?
—Lo único que queremos es trabajar. La economía informal es un engranaje que articula bienes y servicios, que mantiene el mercado interno.
Pero el callejón sigue oscuro.