Cultura

El huracán Otis y la solidaridad chilanga

Hasta la capital llegaba, llega, el eco desgarrador; más tarde, la información tardía. La desgracia estaba encima; aunque primero fue el silencio y la incertidumbre que todavía cabalgan. Entonces comenzaron a circular fotografías de algo que no parecía real. No se sabía si las imágenes eran ciertas o falsas. “Eran escenas muy parecidas al filme Soy leyenda”, diría una mujer que atestiguó los destrozos causados por un meteoro excepcional que había devastado Acapulco, una ciudad de por sí vapuleada por el crimen, que es dueño y señor; hacía años que el puerto no había sido azotado por la furia de la naturaleza, como había sucedido con el huracán Paulina, que incluso hizo rodar piedras de gran tamaño hasta la avenida Ejido.

Pero se corroboró la realidad. No era un ciclón cualquiera. Fue bautizado como Otis. Imágenes de la devastación comenzaron circular en fotos y entonces creció la perplejidad. Quedaron cortadas las comunicaciones, pues fueron derribadas las antenas. Nadie se podía comunicar. Pasaban las horas. La falta de información tenía en vilo a todos. Los familiares querían conocer las consecuencias de quienes vivían o andaban de vacaciones en el puerto afectado, un lugar mítico que harían famoso estrellas de cine, mexicanas y extranjeras, a tal grado que serviría de escenario para un festival internacional y de inspiración para Agustín Lara, quien homenajeó a su María, María Félix, con “acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, de aquellas noches, María bonita, María del alma…”

Todo eso había quedado atrás.

Solo recuerdos.

Y las imágenes de los destrozos continuaban circulando. Eran las primeras horas. Las comunicaciones seguían cortadas. Las antenas habían sido derribadas. Y comenzaron a escasear víveres, agua y medicinas. Ya se hablaban de desaparecidos, pero nadie podía corroborar el número de víctimas. Las comunicaciones seguían cortadas. La furia de la naturaleza había arrasado desde Coyuca de Benítez, Costa Grande, un municipio donde unas horas antes otro fenómeno destructor, la delincuencia organizada que no se detiene, había masacrado a varios policías municipales.

Y las horas avanzaban.

Hasta hubo comunicación intermitente. La telefonía fija no servía. Aún no funciona. No había energía eléctrica y las pilas de los teléfonos se agotaban. Algunos habitantes comenzaron a desplazarse a otros municipios de la Costa Grande para cargar las pilas de sus teléfonos y a comprar víveres y gasolina. Dejaban sus casas con otros familiares, pues había miedo de que arribara la rapiña que ya depredaba. Otros familiares trataron de acudir en auxilio de familiares, pero devolvieron a sus pueblos, pues comenzó a circular el runrún de que asaltaban en las carreteras, algo que era creíble en una región del país donde el crimen está por encima de las autoridades.

Algunos habitantes tenían que trepar cerros para buscar y captar señal con su teléfonos celulares. Los mensajes apenas entraban.

—Tío, tampoco hay WattSap, y tardan mucho en llegar los mensajes. Dice mi mamá que no le mande dinero porque no hay dónde comprar.

—Pero pueden salir a otros lugares…

—Tío, no hay nada, rapiñaron todo. No hay luz, ni agua, ni líneas telefónicas. Y señal casi no. Está todo destrozado.

—Tampoco hay transporte. Mi cel ya casi no tiene pila. Y el de mi mamá ya no tiene. Vamos a ver a dónde. Yo me subo un rato y me regreso, porque se hace noche y está todo oscuro. Estamos bien. Solo asustados.

***

Y comenzaron a entrar mensajes lentos, pero no había luz eléctrica ni agua potable en el puerto. Era la queja principal. En las calles algunas personas llevaban víveres y otras cargaban con pantallas de televisión y motocicletas. Otras más deambulan como zombis.

Por fin.

—¿Cómo están?

—Gracias por preguntar, estamos bien, gracias a Dios, mis hijas y yo; sólo pérdidas materiales: me quedé sin techo y, por lo tanto, sin cama; ahora dormimos en los sillones. Fue realmente terrible. Es el gran poder de la naturaleza. Eso fue. Nunca habíamos sentido así.

—Qué bueno que estén bien. ¿En cuál colonia vives?

—En el barrio Las Crucitas, arriba del zócalo; ahorita estoy en el zócalo, porque solo aquí hay señal.

Y así, los testimonios de parientes y amigos que viven en Acapulco y que apenas pueden comunicarse con los suyos en Ciudad de México y otras partes del país, porque miles de turistas se quedaron varados.

El periodista y poeta guerrerense, Freddy Secundino, oriundo de la Costa Grande, escribió un largo texto en Facebook:

Huracán Otis: en la lengua del monstruo.

Nadie en su sano juicio o sin instinto suicida querría vivirlo... Fue como estar entre los gigantescos y aserrados dientes de un kilométrico Megalodón furioso y hambriento que llegó del mar Pacífico, pero invisible... Habría que inventar una palabra más apropiada o más allá de todo sinónimo de la zozobra extrema o que explique el nivel de miedo sentido... Fueron minutos que parecieron años...

***

En Ciudad de México, mientras tanto, la solidaridad se reflejó en varios centros de acopio de empresas, como el de Grupo Milenio, en la calle de Morelos, y la Cruz Roja Mexicana, en Polanco, donde todavía arriban familias enteras, desde padres, hijos y primos, hasta personas adultas que todavía guardan en la memoria aquellos terribles sismos de 1985, cuando la capital sufrió un terremoto sin precedentes y también se desbordó la solidaridad y los chilangos se hicieron uno solo para brindar ayuda.

La UNAM, por su lado, implementó centros de acopio de ayuda para los afectados, en Tlatelolco, Xochimilco, Morelos, Michoacán y Estado de México. “Continúa la recepción de ayuda en el Estadio Olímpico Universitario; aquí ya no se requiere ropa, ni agua embotellada”.

“Lo que hemos hecho en otras ocasiones es que la UNAM se hace cargo de trasladar directamente los bienes y entregarlos de manera efectiva, siempre lo hemos documentado”, dijo Luis Gutiérrez Padilla, funcionario de la máxima casa de estudios, de acuerdo a un comunicado. “Lo que tiene que ocurrir es que tengamos uno o dos contenedores listos para viajar, y eso podría ocurrir ya este fin de semana”.

Acuérdate de Acapulco.

Sí, ese puerto en el que soñabas presumir tu camisa y tus pantalones de lino y tus mocasines blancos mientras caminaras por el malecón de la Costera Miguel Alemán. Eras un niño que jugaba en un pueblo de la Costa Grande y soñabas con un carro convertible que rodaba por la costera. Acuérdate.


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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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