El auto rueda lento sobre la calle de Moneda y gira a la derecha en Correo Mayor, atrás de Palacio Nacional, donde continúa el comercio informal que aparenta un hormiguero. Desde las ventanas se observa el tráfago. Los vendedores pertenecen a una de las 15 asociaciones que regentea el mismo número de líderes —algunos repartidos entre familias— en el Centro Histórico de Ciudad de México y zonas aledañas.
Tomar fotos y videos al descubierto puede ser arriesgado, sobre todo si es con una cámara de televisión. Por eso debes tener precaución, sugiere Guillermo Alejandro Gazal Orduña, presidente de la asociación civil denominada Pro-Centrhico —Protección del Centro Histórico—, que dirigiera su padre Guillermo Gazal Jafif, quien durante varios años lidió contra los ambulantes, al mismo tiempo que era amenazado.
El aumento del comercio en la calle y las protestas de Gazal Jafif fueron algunas causas por las que autoridades del entonces Gobierno del Distrito Federal construyeran plazas para vendedores informales.
La entrega fue negociada con líderes de organizaciones, pero algunas construcciones solo fueron ocupadas parcialmente; otras, subarrendadas a empresarios asiáticos o locales usados como bodegas, comenta Gazal Orduña.
Y hubo otros proyectos que fracasaron, como algunos locales en pasillos de la estación Hidalgo del Metro, pues nunca los ocuparon.
Y los comerciantes volvieron a las banquetas, siempre regentadas por los mismos líderes que administran plazas desde hace años.
Por eso ahora comerciantes establecidos piden terminar con el comercio informal, aprovechando la remodelación de calles, y proponen reubicarlos en nuevas plazas comerciales, pero sin la intermediación de sus dirigentes.
—Y los perjudicados serían los líderes.
—Pues es que siempre han sido los beneficiados, ya les toca perder— responde José Luis Santiago.
Con 45 años en el comercio formal, José Luis Santiago ha sido testigo de lo transcurrido en el corazón de la ciudad, como el crecimiento acelerado del ambulantaje, que “pauperiza” la vía pública, dice, por lo que sugiere su regulación con un plan integral.
—¿Un organismo especial?
—Exactamente, porque además de ser un problema de seguridad, el 40 por ciento del producto interno bruto se hace en una banqueta.
Y es que Santiago y su familia son pioneros en Calle de las novias, llamada así República de Chile, pues ahí mismo y en los alrededores solo venden prendas para casorios y todo lo relacionado con festejos de primera comunión, de bautizos y quinceañeras, donde los ambulantes, comenta, colocan similar mercancía en las fachadas de negocios.
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En coincidencia con José Luis Santiago, Guillermo Alejandro Gazal Orduña, quien viaja del lado derecho del auto, manejado por un ayudante, reitera la sugerencia de crear un proyecto integral con plazas comerciales para vendedores ambulantes; pero aclara que esta vez la distribución de espacios debe ser sin la mediación de los líderes.
Lo dice mientras avanzamos por la parte de atrás de Palacio Nacional, donde hierve de comerciantes tolerados y toreros, pues tienen prohibido vender en la vía pública del denominado Perímetro A, mientras que en el B solo está permitido con permisos temporales.
—¿Han sido un fracaso las plazas comerciales?
—En un principio no generaban una certidumbre de venta, pero hoy que están acreditadas el 90 por ciento de esas plazas están ocupadas por terceros.
—¿Cuál es el problema?
—Se cometió un gravísimo error de asignárselas a los líderes, no a las personas que realizaban la actividad en vía pública.
—¿No se repartieron bien?
—Así es, esas plazas comerciales están ocupadas en su mayoría por otro tipo de vendedores. Muchos orientales las ocupan como bodegas o como puntos de venta, y los mismos comerciantes, que deberían estar ahí, nuevamente están en las calles.
—Un ejemplo es la plaza de de Pino Suárez.
—Es un gran ejemplo.
Un problema paralelo es la competencia desleal, asegura Gazal, pues muchos informales venden mercancía similar, a menor precio y sin costos operativos.
“Un artículo de 200 pesos que vendemos en 300, ellos lo dan en 220 pesos”, ejemplifica Gazal, quien calcula que “por lo menos hay unos veinticinco líderes importantes dentro del primer cuadro de las 17 manzanas”.
—¿Los vendedores son dueños de los puestos?
—La gran mayoría es mercancía que les provee la mafia. Les permiten vender artículos solo para comer. Es un tema muy delicado, pues los líderes los usan como botín.
—Algunos líderes y lideresas dicen que ellos dan empleos.
—No, lo que hacen es regentarlos; los vendedores se convierten en gente explotada por los mismos líderes. Por eso debemos buscar un plan integral. La generación de empleos es muy importante. Nosotros tendríamos que comprometernos a contratar más gente.
Tampoco es una solución que la policía levante su mercancía, como sucede en la Alameda Central y en Anillo de Circunvalación, entre otras zonas, porque después vuelven a instalarse o lo hacen en otros lugares.
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Los llamados toreros, aquellos que no tienen padrinos, están por todas partes. Atrás de la Corte y en los costados, más allá, en Tacuba, donde abundan tarjeteros de ópticas, y en calles con nombres de repúblicas, en Madero, Avenida Juárez y en Alameda Central, donde camionetas custodiadas por policías recogen mercancías de señoras que comercian entre parejas que disfrutan de los atardeceres y parte de las noches.
Es jueves. Una mujer encara a empleados que no escuchan razones y cargan con su mercancía. Ellos cumplen órdenes, pues en la Alameda Central está prohibido el comercio; tampoco pueden rodar bicicletas y patines, pero los polis ni chistan frente a quienes esquivan y atropellan peatones.
En la Plaza de la Solidaridad, en cambio, comerciantes se apiñan. Un hombre tuesta elotes en un brasero y se hurga la nariz y segundos después desembarra el dedo índice en su camisola; continúa con su faena a la par de una señora que vende tacos junto a otra frente a un humeante bote de tamales.
Sobre Balderas, fuera de la estación Hidalgo del Metro y Metrobús, la romería parece interminable; no lejos, entre vericuetos, alrededor de la estatua de José Martí, en la plaza del mismo nombre y el centro cultural que así se llama, se amontonan comerciantes que exhiben una variedad de mercancías.
Una señora ofrece cucharas de madera. Otro vende carritos de juguetes. Una más exhibe chucherías; cerca de ella un hombre atiende un templete con calzado de medio uso. Por allá venden perros calientes y uno más ropa de segunda, “de medio cachete”, mientras peatones sortean los puestos.
Y a desandar avenida Juárez hasta el eje vial Lázaro Cárdenas, el cruce más transitado de personas, y a girar hacia la derecha, donde se desparrama el comercio sobre banquetas donde aguardan toreros en sus marcas…
Y a torear toreros y meterte por Madero, calle peatonal en la que muchos transeúntes se apiñan sin preocuparse de que puedan pescar el virus de la pandemia, y giras a la izquierda y saltas a Tacuba y Allende, donde topas con manojos de manos de quienes atosigan para que visites las ópticas que abundan en la zona, pues creen que todos están urgidos de lentes y amagan con regalar una tarjeta, pero ni siquiera debes voltear a mirarlos porque es una señal de que los buscas y entonces será difícil apartarlos.
Hasta que llegas a República de Chile y entras a ese mundo de maniquíes ataviados con vestidos de novia.
Ahí tiene su tienda José Luis Santiago, quien comenta que en esa parte de la Lagunilla siempre hubo comercio ambulante y por eso en aquellos años hicieron los mercados, “pero a partir de mediados de los ochenta la calle de Honduras se empezó a llenar de un día para otro”.
Y al transcurrir de los años el problema se volvió un círculo vicioso, pues la autoridad castiga a ciertos comerciantes informales, pero estos vuelven a ocupar las banquetas. Otros son tolerados y controlados por líderes.
—¿Qué se tendría que hacer para que no sea un círculo vicioso?
—Una nueva ley y, desde luego, garantizar a estas personas que van a seguir trabajando de alguna manera, porque no queremos un levantamiento social; pero ya no debemos tolerar más desorden.
—¿Y la autoridad qué dice?
—Siempre hay diálogo, hay esfuerzo, pero necesitamos un programa nuevo, porque Ordenamiento… ¿cuánta gente tiene... 20 personas contra 10 mil ambulantes? Siempre van a perder.
Y es que parece que el comercio en la vía pública es un problema de nunca acabar en Ciudad de México, a la que también recalan vendedores de entidades vecinas que ofrecen artesanías y otros productos.
Y todos necesitan trabajar.
Humberto Ríos Navarrete