Todavía usa cacles de tacón cubano, cual debe, como los adquiridos después de llegar a la capital aquel 8 de enero, principio de los sesenta. Fue un adelantado y solidario con sus hermanos menores.
Como muchos emigrados, Ignacio Barrientos Santamaría decidió salir de El Ciruelar, municipio de Atoyac de Álvarez, Costa Grande de Guerrero, el barrio donde nació y aprendió los primeros saltos.

Nacho es símbolo de una generación asidua a los salones de baile, algunos ya desaparecidos en Ciudad de México, a la que llegó cuando frisaba 29 años. Lo recibieron en un estacionamiento.
Lo habían recomendaron con Bulmaro, encargado del negocio en la calle Mixcalco, y por un tiempo durmió en una camioneta de tintorería. Por las noches tendía un colchón para dormir. Eso era suficiente.
—Aquí puedes estar, nomás no agarres los carros— le advirtieron.
Y él asintió.
Nacho tuvo algunos empleos pasajeros. En el que más tardó fue de taxista. Y fue al término de doce años cuando se hizo de un taxi, cuyas placas, la número 20123, le otorgó el entonces regente de la ciudad, luego de que sirviera de mediador Jesús Ramírez, ahijado del general Lázaro Cárdenas.
Después de cumplir su jornada diaria, regresaba a casa y se acicalaba, para luego enfilar hacia uno de los tantos salones de baile, donde las orquestas también tocaban el swing de las grandes bandas gringas.
Qué tiempos aquellos, suspira, y en su frente cobriza, no obstante los años acumulados, se marcan pocas arrugas, y en sus ojos se percibe algo de nostalgia, mientras con voz pausada desmenuza recuerdos.
Siempre de traje y corbata, figurín al fin, impecable casimir de suave caída y combinada el resto de la vestimenta, su caminar parecía estar marcado por la tan referida cadencia de cuna habanera: el danzón.
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Hace poco comenzó a circular un video entre amigos y parientes en el que Nacho ofrece una cátedra de danzón. En claroscuros describe los pasos y pausas necesarias para deleitarse al bailar.
Y es que al cumplir los 89, su nieta Grecia Yolanda, estudiante de la Licenciatura en Artes y Negocios Cinematográficos, decidió rendirle homenaje con un documental titulado Un baile a la vez.
“La razón por la que realicé el documental de mi abuelo, fue porque desde muy pequeña fui testigo del amor que él le tiene al danzón”, comenta Grecia Yolanda Alvarado Barrientos.
“La intención principal fue realizarlo para mi materia de Documental; y mi objetivo era plasmar la trayectoria de mi abuelo, dar a conocer su talento, mostrar su esencia y la pasión que tiene por enseñar”, añade la joven.
—¿Qué significa tu abuelo para ti?
—Mí abuelo es mi ejemplo —agrega en un texto enviado por mensaje—, él siempre me motivó a seguir mis sueños sin importar los obstáculos, siempre con honestidad y humildad.
Por eso te diriges a la unidad habitacional Ejército de Oriente, alcaldía Iztapalapa, donde Ignacio Barrientos Santamaría, viudo desde hace varios años, espera con sus evocaciones y un sabroso platillo cocinado por él mismo que consiste en carne de cerdo en chile rojo.
Pero primero es lo primero.
En el año 1962 comenzó en la ruleteada, como dice Nacho Barrientos al trabajo de taxista; una época en que los autos para taxis eran pintados de colores. Les llamaban cocodrilos, cotorras, rojos y corales.
Después de laborar durante 30 años en su taxi, viajó a Chicago, donde trabajó en una fábrica de ropa.
De vuelta a México se reencontró con sus amigos y volvió a los salones de baile, como lo hacía antes.
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Y es momento de retroceder en los recuerdos para contar sus inicios como bailarín: un amigo lo invitó por primera vez a Los Ángeles, el hasta ahora sobreviviente de la colonia Guerrero.
Y por las tardes-noche, después de trabajar en el taxi desde muy temprano, comenzó a recorrer los salones de baile, entre otros el Colonia y el California. “Iba casi todos los días”, dice.
—¿Y cuáles eran?
—En Los Ángeles era domingo y martes; en el California, viernes, sábados y lunes. Y en el Gran Forum iba de vez en cuando.
—¿Y se volvió un vicio el baile?
—Me gusta.
—Y de qué horas a qué horas iba.
—Entraba a las seis de la tarde y salía a las once o doce de la noche.
—Casi todos los días.
—El sábado se lo dedicaba a mi señora.
Nacho Barrientos solo dejó de bailar durante la pandemia, pues cerraron los salones. Lo que más le gusta es, por orden de importancia, el danzón, la cumbia y la salsa.
Y explica:
“Porque te voy a decir una cosa: no es por nada pero el baile más difícil es el danzón; se ve fácil, pero no”.
—¿Por qué?
—Porque va por tiempos. En un concurso tienes que esperar cuándo entrar y el remate… Ahora, en la regla del danzón, tú tienes que salir con el pie izquierdo y la mujer con el pie derecho, para delante o lateral, porque si te haces pa’ tras, estás descalificado…
Para Nacho Barrientos el baile, sobre todo el danzón, es primordial para su existencia.
—¿Hasta cuándo?
—Pues hasta que Dios me quite la vida.
Lo dice sin perder la sonrisa.
Y luego coloca sobre la tornamesa un disco de la orquesta Acerina y su Danzonera, cuyo director, su amigo, vivía en la colonia Guerrero, dice, y comienza a bailar con su hija Yolanda.
Humberto Ríos Navarrete