Mi tío Manolo murió de un derrame cerebral en una calle de Coyoacán un martes de hace 16 años al mediodía. Era un hombre hermoso al que quise mucho. En algún cumpleaños de mi infancia, en el jardín de casa de mi abuela materna, me tomó de un brazo y una pierna para levantarme en el aire y hacerme dar vueltas, muchas vueltas, cada vez más abiertas, cada vez más rápidas, y a mí me invadió el amor por ese hombre con el que compartía sangre y me hacía sentir tan feliz y seguro, que rompía mis esquemas para mostrarme otras formas, sensaciones nuevas.
Yo he heredado su barba de tres colores: roja, castaña y naranja.
***
Mi tío Manolo escogió una vida a la que no pertenecía. “Manolo, te querría más si tuvieras más dinero”, alguna vez, durante una comida, escuché que le dijo su esposa (mi tía). Cuando me enteré de la muerte de mi tío, esa frase comenzó a resonar dentro de mí. “Te querría más si más dinero” Más y más. Un más después del cariño y un más antes del dinero. Que mi tío haya construido esa vida es algo que siempre me ha sumido en la tristeza.
***
Mamá ha extrañado tanto a su hermano Manolo durante estos 16 años. Y yo me le parezco tanto. Nuestro parecido me obsesiona. Lo siento trascendente para descifrar el misterio de dónde vengo y en qué me estoy convirtiendo; necesario para entender lo que no puedo controlar acerca de toda esta sangre de gente muerta de la que estoy compuesto.
***
La voz de mamá es un enlace que a mi tío muerto y a mí nos vincula íntimamente. La voz de una mujer a la que le encantan las barbas crecidas de tres colores en su hermano e hijo, y que esa barba común le ha hecho entender que la vida es tan profunda y misteriosa que resulta insoportablemente frágil, insoportablemente siniestra e insoportablemente bella, que la muerte se fragmenta en inexplicables pedazos, y que es definitiva, pero que también se proyecta rota desde su definición y nunca termina de suceder, pues en su hijo existe una parte importante de su hermano muerto y que yo existía en él cuando todavía estaba vivo, y que el tiempo pasa demasiado rápido, pero el pasado no deja de regresar y a veces su regreso se siente más como una duplicación en un montaje distinto y las noches y los días a veces parecen un repetitivo ciclo sin freno que solo da vueltas en la memoria y en el corazón mientras el cuerpo, siempre expuesto al aire, se oxida hasta echarse a perder.