He vivido convencido del poder curativo de la música; en ella solía encontrar sanación y consuelo, así que los audífonos fueron mi manera de combatir tanta muerte. Al despertar cada mañana envuelto entre tristes noticias sobre brutalidad y peste, me aferraba a una idea que era a un mismo tiempo orden y plegaria: debes encontrar la música exacta, la canción perfecta que hoy te salve de las tinieblas, y en realidad mis búsquedas raramente iban hacia las canciones, sino hacia géneros instrumentales pequeños (sonatas, cuartetos, nocturnos) o grandes (sinfonías, conciertos, poemas), pero la idea de canción dentro de mí se fue distorsionando hasta convertirse en el término genérico para designar cualquier música capaz de hacerme sentir que quizá el futuro puede ser un lugar más tranquilo y justo, pero no: Al principio, el ciclo de las Sonatas Rosario de H.I.F. Biber me inspiró cierto sosiego y Connected Identities de Diana Syrse una intensa curiosidad espiritual, pero fueron sensaciones incompletas, cuyo influjo no terminó por definirme, y lo demás ya se trató simplemente de fracasar: escuché a Schütz, Enríquez y Strozzi, a Gubaidulina, Cherubini y Von Bingen, pero nada: a pesar de la música, yo seguía hundido bajo desesperación y ansia, fijo en la ideación de la asfixia.
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Insomne un domingo, antes de que el sol saliera, me intrigó el sonido de un pájaro: 2 trinos cortos y ásperos-silencio-2 trinos cortos y tersos-silencio-2 trinos cortos y ásperos-silencio-2 trinos cortos y tersos, y así una y otra vez, mientras me vestía, una y otra vez sin variación en la estructura, mientras caminaba por el camellón mirando las ramas en busca de un ave de canto espiral: sin perder su figura de ir y venir por pares de la destemplanza hacia la suavidad y de regreso, los trinos me llegaban cada vez más lejos. Una bicicleta (rueda, metal, cadena) ocupó efímeramente el primer plano sonoro y luego una corredora (licra, zapato y tierra). Cuando fui consciente de las primeras claridades, todo había desaparecido: trino, rueda y zapato, ya no había sonidos claros, ni bici ni mujer ni pájaro, sólo una difusa batahola de remotos ladridos y motores.
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Estaba equivocado. Tan seguro del alivio de la música, quedé encerrado en formas definitivas: sonatas, cuartetos, nocturnos, sinfonías, conciertos y poemas son estructuras cerradas, nada en ellas será diferente: sonarán las mismas notas en los mismos instrumentos en los mismos espacios en los mismos tiempos por siempre. Pero estos terribles días mexicanos son inéditos en cuanto a la intensidad de su horror; resistirlos exige nuevas formas de consuelo. Es necesario reeducarnos. Dejar de insistir en controlar. Eso es lo que nos dice un cubrebocas: cállate de una vez y atestigua. No impongas nada al panorama. Sé testigo, por ejemplo, de cómo se articulan a tu alrededor los ruidos. Y es ahí, en la experiencia de un mapa sonoro de mujer/bici/pájaro, donde he comenzado a sanar. Cambié audífonos por indeterminación, y desde entonces vivo convencido del poder curativo del sonido.
Hugo Roca Joglar