El pulso saltón se transformó en miedo a las multitudes y luego comencé a sentir que me faltaba el aire. El miedo escaló hasta convertirse en la certeza de que moriría en el Metro pisoteada durante una estampida y la falta de aire escaló hasta convertirse en la sensación de asfixia.
Lorena (34; abogada) fue educada para dividir a las personas en cuerdas y locas, por eso cuando, hace un año, comenzó a perder el control sobre sus acciones, emociones e ideas no tuvo las herramientas para sanar.
Al principio me culpé a mí misma; me decía: no mames, ves que la cosa está bien complicada y a ti se te ocurre ponerte a temblar por cualquier cosa como una niña hipersensible y tonta. Ya déjate de cursilerías y contrólate.
Miedo y asfixia se intensificaron en Lorena. Cualquier situación cotidiana que implicara estar en interiores con otras personas -viajar en Tren Ligero, ir al cine o el trabajo en la oficina- podía detonar dentro de ella la angustia de morir por falta de aire o aplastada por multitudes.
Todos los días lloraba. No un llanto suave y triste, sino un llanto desesperado, espontáneo, de gritos, temblores y bocanadas, un llanto brutal e imparable que me salía, sin que yo pudiera hacer nada para contenerlo, en un parque, en un café, en mi cubículo, hasta que una tarde mi jefa me mandó llamar y me dijo que el cerebro, como cualquier otra parte del cuerpo, también se enferma y que al igual que con los pulmones, la garganta o la panza hay que llevarlo al médico.
Educada para simplificar, ningunear e invisibilizar las enfermedades mentales, para desde el desprecio sentir pena por los locos y resolver sus tragedias imaginándolos en un manicomio, Lorena se negaba a visitar un psiquiatra, pero sus ataques la hacían sufrir tanto, la sumían en un pánico tan absoluto y destructivo, que no encontró otra salida.
Desde hace dos meses tomo una pastilla diaria que regula la producción de serotonina en mi cerebro, o algo así, el punto es que ya me siento mejor, ya puedo trabajar como gente normal. Debo tomar esta pastilla durante un año e ir cada dos meses con mi psiquiatra. Si llego a sentirme ansiosa tengo otro medicamento que me tranquiliza, me deja medio embobada, pero ahora yo aprecio esa tranquilidad como no tienes idea. Estoy otra vez en control. Pero hay un problema: mi mamá no sabe nada de lo que me ha pasado; si supiera que estoy medicada, me diría: pinche loca, ponte a trabajar y deja de exagerar, yo no te eduqué para que seas lloricona. Ya está vieja y quiero ahorrarle ese coraje. Lo mejor es que no sepa.