En la antigua casona de Tacuba 12 se abren por vez primera las puertas del Museo del Perfume con la exposición colectiva Sinestesia olfativa, integrada por obra de 10 artistas con la curaduría de Iván Edeza. Durante la inauguración, a las siete de la tarde, la lluvia ha cedido en su ánimo tormentoso; cae tenue y constante sobre las calles del Centro, y sus olores se intensifican con el agua. Huele más a tierra, más a comida y más a caca. El agua amplía y confunde fragancias. Es lodo con jocho, es cerveza y puerta metálica, es eucalipto y coladera. Las relaciones, en realidad, son mucho más complejas, pero el olfato humano es tan torpe y limitado: olemos desde la ignorancia, y eso ꟷque el mundo olfativo nos sea un misterio inescrutableꟷ le brinda al artista la posibilidad de explorar el inconsciente: para una nariz no entrenada el olor a talco no huele a talco sino a madre y a infancia.
En la instalación La falta, la falla, el fantasma de la mexicana Carolina van Waeyenberge (1987), cuatro máscaras de cartón cuelgan del techo; el espectador debe habitarlas: meterse dentro y quedar aislado, con las manos atadas, sin imagen ni ruido, a merced de fragancias asociadas con regresión, negación, disociación y represión. La máscara de la negación, por ejemplo, está decorada exteriormente con agujeros y pequeños espejos, y en su olor hay almizcle, sándalo y ámbar gris, pero nuestro olfato no sabe nada sobre eso, es incapaz de descifrarlo o entenderlo. La única realidad es un perfume dulzón, cuya concentración se impone con brutal contundencia, y en ese momento, cuando el olor todo lo abarca y todo lo controla en nuestro cuerpo, perdemos cualquier herramienta racional para enfrentar (o defendernos de) las enrarecidas, profundas y desconcertantes relaciones que en el inconsciente se generan desde el ámbar gris, el sándalo y el almizcle, que a lo único que nos huelen es a recuerdos.
Quedamos vulnerables y vacíos; se disparan la melancolía y el ansia. Nos asfixia la sensación de que dentro de nosotros algo falta y algo falla. Es el terror. Es la ausencia. Es el derrumbe. Es la amargura. Es la tristeza. Está la opción del alivio a través de la mentira: de seguir dentro de la máscara y confundirla con nuestra propia cara: de ser el fantasma. También está la opción que ofrece el olor: no intentar llenar el vacío, sentir la falta, sentir la falla, y temerosos, débiles, indefensos soportarlas.