Política

De matarlos, de abrazarlos, de ponerme a chillar

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A uno le ha tocado verlos nacer y ahora, pues, verlos torcerse, torcerse bien gacho, y pues a uno le dicen “hola, buenos días don Ignacio” como cuando eran niños, pero todo se ha jodido, jodido bien gacho, y es cuando uno se pregunta qué salió tan mal, cómo uno no se dio cuenta, porque imagino que en algún momento pudo haber sido distinto, no tan torcido, pero ahora lo único que hay que hacer es protegerse y seguir pa´delante, sea lo que tenga que ser.

Don Ignacio atiende en Tehuantepec, casi esquina Cuauhtémoc, una vulcanizadora desde 1995. Es el hombre que arregla coches hace cinco lustros en el lugar donde la Buenos Aires, la Doctores y la Roma entroncan. Ahí, en las inmediaciones del Panteón Francés, ha vivido sus 54 años.

No voy a decirle que antes la zona era tranquila; no, para nada: era dura, violenta, y robar era un camino evidente para todos los que crecimos en estos barrios, pero uno sabía que solo se trataba de, a lo mucho, birlarse un carro, y no justifico: sí era crimen y sí era joderle un poco la vida a alguien, pero ¿cómo le digo?, siempre era solo jodérsela un poco y siempre algo local, sabías a quién servías: el carro terminaba destartalado para ser vendido en el puesto de al lado.

Don Ignacio es soltero sin hijos, pero a principios de este siglo jugó con los hijos de sus amigos: futbol, videojuegos y en su vulcanizadora les enseñó cómo parchar llantas y el funcionamiento de los motores.

La parte más culera, donde anida la culpa, es que uno no haya sabido leer bien las señales que habían, porque sí veías en este niño algo medio maloso y en aquel una astucia medio morbosa y en ese otro una habilidad malsana para el engaño, pero pues, uno pensaba: “son iguales a como éramos nosotros; en el peor de los casos serán ladronzuelos o estafadores”.

Lo que Don Ignacio se reprocha es no haberse dado cuenta que la violencia en Ciudad de México se dirigía hacia un escenario de brutalidad sostenida en donde los jóvenes que trabajan para el narcotráfico deben descuartizar cuerpos humanos y disolverlos en ácido.

No sé qué, pero siento que pude haber hecho algo. No vi el momento en el que los jóvenes de aquí, que crecieron a mi lado, en el mismo barrio, entre las mismas personas y casas, esos jóvenes que éramos nosotros hace varios años y solíamos robar llantas, se convirtieron en sicarios, y lo verdaderamente jodido es escuchar cosas, enterarse de lo que hacen y de pronto verlos pasar por mi trabajo y que me digan tan quitados de la pena “hola, buenos días Don Ignacio”, y yo los recuerde de niños, jugando conmigo en mi taller, y me entren estas ganas locas de matarlos, de abrazarlos, de ponerme a chillar.

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Hugo Roca Joglar
  • Hugo Roca Joglar
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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