El cuento “Paludismo”, publicado 1952, por el escritor y periodista hondureño Víctor Cáceres Lara, nos habla de una historia brutal, rodeada de pobreza y enfermedad, y de una esperanza que jamás llega.
Antes de ir al texto describamos el movimiento literario donde se ubica la historia, el naturalismo: “Corriente literaria que reproduce la realidad con objetividad documental: sublime, vulgar, desagradable, sórdida. Es una crítica social profunda. Los personajes no son de la burguesía (como el realismo), sino de las clases sociales más desfavorecidas, su vida miserable es descrita con escrupuloso detalle, sin omitir ningún aspecto repugnante o lamentable. El lenguaje se inclina hacia las jergas y al habla regional y popular, sin erudición.” El padre de esta tendencia es el escritor francés, Émile Zola.
El género es cuento: “Del latín compŭtus, cuenta. Narración breve, basada en hechos reales o ficticios. De trama lineal y objetiva, dado su brevedad, el desenlace no está lejos del inicio. De ahí que el lector debe entender rápido los eventos. El cuento en su origen era oral, después se escribieron.”
La obra inicia en un cuarto: “Destartalado donde el aire penetraba. Afuera, se escuchaba el chorro de agua, mal cerrado, de la única llave para la infinidad de habitantes de la vecindad. Un niño imploraba pan a voz en cuello y la madre –posiblemente por la desesperación- contestaba con palabras groseras: -¡Cállate, jodido… nadie ha comido aquí!
El personaje del cuento no tienen nombre, el autor solo la llama, ella: “Ella, la enferma del cuarto destartalado, veía cómo la poca luz iba terminándose; no disponía de luz eléctrica, el aceite de la lámpara estaba agotado. Ella no sentía ni un hilo de fuerza en sus músculos. Un frío torturante iba subiendo por sus carnes enflaquecidas. En la calle se oían pisadas de gente, con derroche de vida, camino de alguna diversión barata.”
Ella, no se explicaba cómo cayó en desgracia si siempre fue amable, compartida, ayudaba y quería a los niños de sus vecinas, los quería tanto, se decía: “Tal vez porque nunca los tuvo. Pero ahora la veían amarilla, delgada. Tosía y pensaban que estaba tísica.”
Ella sabía que la estaba matando el paludismo: “Malaria o paludismo, del latín, paludis, pantano, y de ismo, acción patológica. Enfermedad infecciosa producida por parásitos del género plasmodium y transmitida por las hembras de varias especies de mosquitos, anopheles. Más de 400,000 personas mueren al año, de los cuales unos 240,000 son niños. Nos afectado desde hace 50,000 años.”
Este tipo de mal es atendido por la infectología: “Ciencia médica que se encarga del estudio, prevención y diagnóstico de dolencias causadas por agentes infecciosos (bacterias, virus, hongos, parásitos y priones). El infectólogo, tiene a su cargo el VIH/SIDA y es un experto en enfermedades tropicales.”
Ella, nos relata que de joven vivía en una aldea con olores de pino, cantos de zorzales, era bella, exuberante: “Entonces conoció al hombre que avivó su fuego interior y la predispuso a dominar horizontes. Le gustaba por ser fuerte, guapo, chucano (bromista). Le ofrecía amor y conocer la Costa Norte. Allá -le decía- los bananos crecen frondosos, se ganan grandes salarios y pronto haremos dinero, iremos al cine a las verbenas.”
Ella se fue con él. Al tiempo, Demetrio, mostró quien era: alcohólico, peleonero, lo corrían de los trabajos. En una ocasión, intentando detener la crecida del río Ulúa, se lo llevó la corriente, no lo hallaron.
Ella quedó sola, pobre y enferma de paludismo, trabajó en todo, hasta prostitución: “Miles de hombres se refocilaban con su cuerpo. Enferma y extenuada, dejó el garito y vino a caer a San Pedro Sula. Cada día las fiebres más intensas, postrada en aquel catre. Sus ojos que amaron, dos lagos resecos. Sus senos flácidos. Sus manos descarnadas. Ahí, la escalofriante muerte. Afuera los niños juegan. Una pareja conversa. La vida sigue porque tiene que seguir…”