Mientras al mundo se alista para conmemorar 50 años de la fecha en que el hombre pisó la Luna, en una hazaña digna de admiración, un puñado de cretinos, creyéndose originales, chillan que aquello fue una farsa, y sus balidos son amplificados por alguna tecnología que tal vez se benefició de alguna de las seis mil patentes que generó esa carrera para llegar a nuestro satélite.
Valeria Souza se pregunta con desencanto en qué momento se desvanecieron nuestros sueños.
Emulando a los negacionistas del alunizaje, a los antivacunas, a los terraplanistas y a lo más barato de la ramplonería, nuestra clase política se llena la boca de aseveraciones como que se apoyará al pensamiento científico “que privilegie el diálogo de saberes”, pero en realidad está desmantelando las estructuras que tomó décadas construir para poder tener una ciencia raquítica pero peleonera: quitando recursos a las instituciones, golpeando anímicamente a los mejores pensadores del país y poniéndoles encima a sargentos fieles a la consigna de llevar todo hacia la pobreza franciscana –que solo el Presidente practica, al menos apariencia, para mantener la idea de honestidad valiente. Un camino sin salida.
Alguna vez abrigué la esperanza de que el cambio de régimen en efecto fuera un cambio para bien. En serio. Pero la gansada nuestra de cada día dio al traste con mi inocencia.
Declaro ahora que no veo la menor esperanza de que la razón se abra paso entre las tinieblas de la cuarta deformación.
A últimas fechas han aparecido escritos como el de @ProCienciaMX en los que científicos, investigadores, becarios y otros empleados del sector ciencia piden, imploran, demandan que no se liquide al sector.
Pero en Palacio no se les escucha. Toño Lazcano señala que una carta reciente representa el pensar de unos 11 mil científicos, la flor del pensamiento nacional, pero son pocos frente a las huestes de la ignorancia ensoberbecida y protegida con becas y otros estímulos. Dice Pablo Hiriart que la oscuridad que se avecina nos atrasará 30 años.
¿Qué nos queda? Martín Bonfil llamó mi atención hacia un esfuerzo que busca apelar a la sociedad civil para fondear investigaciones clave. El modelo de Guillermo del Toro, el fondeo particular, tal vez sirva para rescatar las iniciativas más prometedoras y a las que el gobierno federal no tenderá la mano. Qué vergüenza. Vergüenza. ¡Vergüenza!