El lunes, Marcela Gómez Zalce escribió: “No actuar con firmeza ante disturbios, provocados o no, resta autoridad a un gobierno que no es la primera vez que luce rebasado, descoordinado y desarticulado durante y después de una crisis. Sin inteligencia estratégica y un sólido liderazgo para resolver eficazmente los problemas, la vulnerabilidad y el riesgo se vuelven exponenciales… Para todos”. Días después, tras el infierno de Culiacán, sus palabras se volvieron doblemente pertinentes.
Ese mismo día, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, dijo que en las estadísticas criminales habíamos llegado a un “punto de inflexión”, el punto donde una tendencia cambia de sentido. Tiene razón, pero no en el sentido que él quisiera.
Él quería decir que sus acciones, a las que no podemos dignificar diciendo que forman una estrategia, estaban logrando el anhelado fin: detener, y luego revertir, la brutal expansión de la violencia organizada. Pero le falló de a feo: primero en Aguililla, Michoacán, y después en Guerrero, Guanajuato y finalmente en Culiacán, una epidemia de balas echó por la borda la semana feliz del funcionario.
La capital sinaloense presenció un evento largo y angustioso, cuyo saldo fue sin duda el descrédito más grande que se ha llevado la administración de Andrés Manuel López Obrador, a pesar de la andanada de maromas inverosímiles con que sus defensores han tratado de defender lo indefendible.
Es cierto. Como dijo el Presidente, llegada la crisis, la prudencia dictaba que era preferible replegarse para no arriesgar más a los civiles. Pero esta maroma deja de lado que la mecha la prendieron las acciones descoordinadas y torpes del propio equipo de seguridad. La gente de a pie fue puesta en peligro por un operativo cuyas consecuencias no se midieron. Le dieron una patada al avispero, y lo hicieron sin orden judicial, sin conocimiento del gabinete de seguridad, sin apoyo.
Luego le quisieron tapar el ojo al macho. Durazo mintió de manera descarada. Los aedos cantaron las glorias de siempre: Monreal alabó la “congruencia” y el “perfil humanista” de López Obrador; Salgado Macedonio calificó de “héroe” a ese hombre “humilde, humano, generoso”. Martí Batres incluso cantó la “veracidad” de Durazo, quien a su vez dijo que el retraso en obtener la orden de aprehensión no apunta a un Estado fallido: ¡como si la metedura de pata de Culiacán fuera el primer resbalón y no un patrón continuo! Creo que Culiacán marca el punto de inflexión, pero de la aceptación general de las gansadas de la 4T.