Con cada elección se renueva la esperanza, acudir a votar es un acto de fe, una ceremonia cívica revestida de una ilusión democrática, cierto, pero también es una acción limitada. El voto no es revolucionario ni garantía de cambio por sí mismo.
Varias generaciones lo aprendimos con dolor en el año 2000 cuando la derrota de la hegemonía priista derivó en un sexenio de frivolidad. Con la llegada de Fox y Calderón asistimos a un recambio de élites en el poder y a un estallido de la violencia, además de abrirle la puerta al retorno del PRI, a un PRI que volvió renovado, sí, pero en su habilidad para la corrupción con los Lozoya, Ancira, los Duartes, Borge, Yarrington, Moreira, Granier, Peña Nieto y una bola de expertos en la transa.
Tampoco la llegada del PRD a la Ciudad de México en 1997 o de Morena a la Presidencia en 2018 han significado una revolución social, sí ha habido cambios profundos, pero también una renuncia expresa a utilizar las herramientas del Estado, como la fiscal, para combatir la desigualdad.
Por eso importa votar, pero importa saber que al día siguiente la vida vuelve, que los adversarios políticos no son enemigos sino tus vecinos, tus compañeros del trabajo, de escuela, con quienes hay que acordar, cooperar y sacar adelante el país porque a México no lo va a sacar a flote un mesías, eso solo lo creen los neoliberales y periodistas mochos, quienes piensan en la salvación (“Saving Mexico”) mediante un enviado divino.
Después del 6 de junio habrá que seguir en la pelea, todos los días, por las mismas causas que trascienden partidos y gobiernos: el feminismo, el ambientalismo, el activismo ciclista y peatonal, las buscadoras de desaparecidos, los defensores de derechos humanos, de periodistas, de migrantes, de los homosexuales, lesbianas, no binarios, activistas trans, del derecho a decidir de las mujeres, de oponerse a los antiderechos como Lily Téllez y Onésimo Cepeda.
Antes y después de cada elección hay que darle visibilidad al trabajo de cuidados, dignificar el trabajo doméstico, visibilizar las discapacidades y su desatención, exhibir las prácticas empresariales que propician la obesidad y convierten el derecho a salud en objeto de lucro.
Habrá que defender la cultura y la ciencia, denunciar la corrupción, hablar de esas epidemias invisibles que, gran paradoja, están a la vista de todos: las muertes viales, la obesidad y malnutrición, productos no de decisiones individuales, sino de un sistema que urge transformar.
Así que a quienes alegan que la próxima elección es entre dictadura y democracia, a quienes promueven el “voto útil”, debe quedarles claro que después de la elección la realidad nos va a estar esperando a todos, lo mismo a quienes se oponen a este gobierno que a quienes tenemos una o múltiples causas por las cuales hay que seguir luchando.
Falta una semana y, con los resultados, podremos evaluar si aún tuvieron peso los activismos de Felipe Calderón, Claudio X González, Gustavo de Hoyos y hasta Gabriel Zaid para plantear ese falso dilema: no es dictadura o democracia, es elección democrática y deseos de cambio.
La cita es el próximo domingo, salgamos a votar. _
Héctor Zamarrón
@hzamarron