A Wilhelm Furtwängler le tocó vivir tiempos muy oscuros. Pero el lugar que ha ocupado en la historia de la cultura alemana, y en particular de la música, se explica solo por la pasión que sienten los alemanes por la música, más allá de sus horas amargas. Víctima de la ignorancia y la tozudez de un militar estadunidense a cargo de su expediente judicial durante los juicios de Núremberg, al final de la Segunda Guerra Mundial, fue acusado de simpatizar con el régimen de Hitler y debió enfrentar un prolongado, humillante y controvertido proceso de desnazificación.
Extraordinariamente riguroso, devoto de Beethoven, quedó por azar al centro de la pasión germana por la música. Despreciado por los nazis y venerado por los melómanos germanos, sufrió lo indecible mientras enfrentaba amenazas de prisión, condenas injustas e investigaciones absurdas sobre su vida íntima y su profesión. En ese torbellino su carrera se desmoronó y su imagen quedó enturbiada hasta su muerte temprana en noviembre de 1954, a los 68, a causa de una neumonía.
Sin embargo, la carrera de Furtwängler al frente de la orquesta Filarmónica de Berlín y su rivalidad con Herbert von Karajan, un músico cercano a los más altos círculos nazis, han quedado expuestas al paso de los años. La batalla por el control de la prestigiada institución musical berlinesa la ganó Von Karajan, quien la dirigió por más de tres décadas.
Militar en las filas de la Filarmónica de Berlín, literalmente, era un verdadero privilegio en los días del nazismo. Sus integrantes gozaban de beneficios particulares en la medida en que se les consideraba como representantes del gobierno alemán y promotores del nazismo entre los trabajadores del campo y las ciudades. En sus frecuentes viajes al extranjero en esta condición se les permitía adquirir productos desaparecidos en los mercados alemanes para compartirlos con sus más cercanos y recibían frecuentes premios y estímulos.
El prestigio de la orquesta permanece hoy día, a pesar de los frecuentes escándalos de Von Karajan, empeñado en la seducción de las más jóvenes intérpretes de la agrupación. Eso lo sabe bien el director de origen ruso Kirill Petrenko, quien a sus 47 acaba de asumir la dirección de la orquesta. En su primera presentación fue recibido de pie en Berlín por un público consciente de la trayectoria de la célebre orquesta, que incluyó en su programa, siguiendo la huella de Furtwängler, la Novena sinfonía de Beethoven.
Considerado como muy poco carismático, a diferencia del escandalosamente mediático Von Karajan, más bien tímido y discreto, Petrenko ha sido el más sorprendido con su nombramiento al frente de una de las orquestas más afamadas del mundo y con la elogiosa acogida de su público. Reacio a las entrevistas y a las apariciones en los medios, Petrenko tiene por delante un enorme compromiso con la historia de la música.