Como señalé en la entrega anterior, la Arizona State University (ASU) se ha significado por emprender una reforma contra la tendencia de las universidades estadounidenses de alto nivel a volverse extremadamente selectivas. Además, ha asumido un rol de primer orden como generadora de conocimientos científicos encaminados a la solución de problemas públicos.
Un cambio de tal naturaleza implicó romper esquemas tradicionales de organización de la enseñanza y la investigación. ¿Cómo? Fusionando departamentos, facultades y escuelas, concebidos bajo el esquema de disciplinas rígidas, para convertirlos en estructuras de trabajo interdisciplinario diseñadas alrededor de objetos particulares de investigación. Además, consolidando estructuras capaces de crear nuevas aplicaciones tecnológicas.
En poco tiempo, la ASU hizo crecer su matrícula en cantidad y diversidad de manera espectacular, así como sus tasas de egreso de estudiantes graduados. También desarrolló un equipamiento de investigación que le ha permitido situarse entre las veinte universidades de investigación más importantes de los Estados Unidos.
En estos términos describen Michael Crow y William B. Dabars, autores del libro Designing the new American University, la transformación vivida por esa institución:
“El aumento en el número de inscripciones ha sido acompañado por aumentos sin precedentes en las titulaciones, la persistencia de estudiantes de primer año, la inscripción de minorías, el crecimiento en la infraestructura de investigación y los gastos patrocinados, logros que corresponden tanto a académicos como a estudiantes, y la reconfiguración transdisciplinaria de organizaciones académicas en torno a amplios desafíos sociales en lugar de disciplinas tradicionales”.
“La inscripción ha aumentado de 55,491 estudiantes de pregrado y posgrado en el otoño de 2002, a 83,301 en el otoño de 2014. Es decir, el incremento del alumnado ha sido de aproximadamente un 50 por ciento. La producción de títulos se ha elevado incluso de manera más drástica: más del 67 por ciento. En el año académico 2013-2014, la ASU otorgó 19,761 títulos incluyendo 5,380 títulos graduados y profesionales, mientras que el año 2002-2003 confirió 11,803”.
Llama la atención la creatividad de la ASU para rediseñar entidades de investigación alrededor de problemas y no tanto de disciplinas abstractas, así como programas educativos que superan las formas consabidas de entender la relación entre la teoría y la práctica. En este sentido, por ejemplo, cabe mencionar los casos de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad, el Colegio de Soluciones para la Salud, El nuevo Colegio de Artes y Ciencias Interdisciplinarias, la Escuela de Servicio Público y Soluciones para la Comunidad, y el Instituto de Biodiseño, entre otras muchas iniciativas.
Por el número de profesores de alto nivel que la ASU atrae, por las patentes que registran sus investigadores, por la cantidad de recursos que atrae para patrocinar investigaciones, ASU se ha convertido en un caso digno de consideración.
Pero no debería de sorprendernos que cada vez más las universidades exitosas del mundo estén considerando realizar innovaciones estructurales que modifican la manera tradicional de trabajar. De hecho, se trata de algo que tiene una cierta historia. Pienso en la universidad de Bielefeld, Alemania, que el pasado viernes festejó sus primeros cincuenta años de haber sido fundada bajo la inspiración del sociólogo alemán Helmut Schelsky.
Hacia fines de los años sesenta, Schelsky entendió la necesidad de crear grupos de investigación conformados por profesores de disciplinas distintas. Por eso, inspiró la fundación de la Universidad de Bielefeld y su centro de investigación interdisciplinaria avanzada, que hoy es un instituto líder en su tipo.
¿Qué tienen en común la ASU y la Universidad de Bielefeld? Ambas instituciones comparten el interés por echarse a cuestas la tarea de investigar problemas sociales importantes desde puntos de vista diversos, con perspectiva global y considerando iniciativas de “abajo hacia arriba”, es decir, se asume que los objetos de investigación tienen que ser construidos por investigadores que viven en la realidad y por ello son capaces de reconocer el carácter público de un asunto.
No se trata de imitar ningún modelo, pues cada universidad responde a cierta historia y condiciones particulares. Sin embargo, la época se impone con todo y sus imperativos. Las universidades mexicanas están obligadas a reconciliar situaciones que parecen incompatibles: ampliar la matrícula y diversificar la oferta de programas educativos, pero con calidad y sin demérito de su pertinencia para el fortalecimiento de la economía. Al mismo tiempo, tienen que ser capaces de emprender un verdadero desarrollo científico que contribuya a la fortaleza de la nación.