Política

Hobbes contra Aristóteles(segunda parte)

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  • Héctor Raúl Solís Gadea

El inglés Thomas Hobbes (1588-1679, nacido en Westport, cerca de Malmesbury) no fue el único exponente del movimiento intelectual contra Aristóteles. Su obra forma parte de un tarea intelectual de gran calado –de la mano de la moderna ciencia racional– para fundar la estabilidad política de las sociedades sobre bases filosóficas distintas a las heredadas de Sócrates, Platón y Aristóteles.

Maquiavelo (1469-1527) había criticado lo que a su juicio resultaba una ingenuidad de los clásicos griegos: la idea de crear un orden político a partir de una visión no realista de la política. Para el florentino, la vida política no debe contar con la perfección del hombre, ni siquiera con la aspiración a tan elevado (e irrealizable) fin, sino considerar la conducta humana tal como es, y hacer que de ella surja un orden político estable y duradero.

Maquiavelo dio consejos a los gobernantes que les permitieran preservarse en el poder, pero en aras de mantener la unidad y fortaleza de la comunidad política que dirigían. Los valores asociados a una ética del ejercicio del poder se convirtieron en algo que estaba por encima de los ideales vinculados a la vida buena de la persona. Tal realismo podría implicar perder el alma del político en cuestión, pero eso era algo secundario.

Otro precursor de la modernidad que también influyó en Hobbes, fue el londinense Francis Bacon (1561-1626). Bacon se volvió célebre por su apreciación positiva del método de análisis científico basado en la observación y la experimentación. Había que desconfiar de las nociones legadas por la tradición teológica y clásica, y en su lugar acumular conocimientos probados para construir generalizaciones sobre el comportamiento de la naturaleza.

Hobbes no desconocía los principios legados por la tradición filosófica clásica. Sabía griego y latín, y se destacó como traductor de Eurípides. Tampoco ignoraba las enseñanzas escolásticas y religiosas. Sin embargo, su vida se incorporó a la modernización intelectual de Occidente. Conoció a Galileo y a Descartes. También tuvo, como influencias decisivas, a las obras científicas de Euclides y Kepler, además del espíritu crítico de Montaigne.

Hobbes vivió un periodo turbulento en la historia de Inglaterra. Atestiguó un levantamiento civil contra la monarquía que propiciaría su exilio a París durante doce años. Pudo volver gracias a una amnistía otorgada por Cromwell, pero la guerra civil incluyó la ejecución del rey Carlos I y una situación anárquica que incluyó las querellas religiosas.

Hobbes creía que la ciencia natural podría sustentar la creación de una nueva teoría social y política. Así como la astronomía identificaba las fuerzas que mueven a los cuerpos celestes, la ciencia política también podía conocer los mecanismos responsables del comportamiento humano. Para ello, la primera y última realidad a analizar son los individuos. Éstos están determinados por pasiones y apetitos, concebidos a la manera de las fuerzas que impulsan el movimiento de los átomos.

El deseo de poder y control sobre la realidad es el factor clave de la conducta humana. Los seres humanos viven en un estado de constante afán de poder que termina solo con la muerte. El fundamento de la naturaleza humana no es, como pensaba Aristóteles, la propensión a buscar una forma de felicidad suprema que se consigue mediante la consecución de un bien querido por sí mismo.

Entre las pasiones más importantes están la competencia, la desconfianza y el deseo de gloria. Por eso no debe sorprendernos que, de manera “natural”, el ser humano sea apolítico y antisocial. Vivimos una tendencia constante a la hostilidad de los unos hacia los otros que en momentos se torna violenta. A esta situación, Hobbes la llamó, célebremente, el estado de naturaleza.

En tales circunstancias no puede apelarse a una noción de justicia, o a alguna suerte de ley superior o trascendente, porque las leyes y la justicia no existen más allá del plano inmediato donde transcurre la vida real. Es necesario, por consiguiente, crear las condiciones terrenales, institucionales, diríamos hoy, para evitar que el estado de naturaleza destruya la vida humana.

La única manera de lograrlo es mediante un pacto entre los hombres por cuya virtud se superen las tendencias antisociales de los individuos. Éstos, cansados de vivir en el estado de guerra, otorgan al Estado el monopolio de la violencia. Con ello lo crean. Por eso, para Hobbes, la polis es una asociación artificial de individuos interesados no tanto en realizar virtudes, como en controlar las pasiones antisociales que pueden destruirlos.

Cuán lejos estamos de la idea de Aristóteles de que el Estado, la polis, se funda en lazos de afectividad comunitaria. Para Hobbes y la modernidad, el cemento de la sociedad es el cálculo racional motivado por el miedo que provoca la lucha de individuos egoístas enfrentados entre sí.

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