Estoy acostumbrado, lo admito, a que la Liga, en el mejor de los casos, simule; cito un ejemplo: en abril del 2016 publicamos en La Afición que existían 29 nuevos casos de doping ocultos por el futbol mexicano.
Entonces Enrique Bonilla, ya presidente, dijo que casi todos eran de la Liga de Ascenso y por clembuterol, que se trabajaba con la Secretaría de Salud y hasta con la Organización Mundial de la Salud en un estudio del cual tendríamos noticias. En el mismo saco metió a la Cofepris, a la WADA, FIFA y hasta a Conade… “que son los especialistas”. De eso hace ya dos años y medio.
Con el tema de la violencia pasa algo similar. Cada torneo las cámaras, ahora ya no solo de los periodistas, también de los aficionados, las de sus celulares, registran golpizas entre barristas y la primera reacción de una Liga que aspira a ser profesional es apenas un tibio comunicado condenando a los “pelafustanes”.
¿Cómo es que la Liga cree que un partido como el Tigres vs Rayados autogestionará, casi como si las cosas se dieran en automático o gracias a la mano invisible de quien sabe quién? ¿Por qué no asumir, al menos en este calibre de juegos, un rol protagónico en la planeación, gestión, organización y ejecución, sabiendo de su potencial incendiario?
Pienso que lecciones se han tenido muchas y nunca he sabido que los días de jornada se organice un cuarto de guerra desde donde los elementos clave del futbol federado estén atentos a los acontecimientos que se sabe pueden dar problemas; perdón, pero ganan lo suficiente como para comprometerse a ello.
Tampoco veo a los clubes adoptando una postura autocrítica, ¿o dónde están las campañas conjuntas? ¿O qué, un tigre no puede abrazarse con un rayado? Si no, es porque hay quienes viven y comen de estas peligrosas rivalidades y la FMF y clubes les temen.
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