Con la preocupación sobre los efectos de la inflación y la amenaza de una recesión en Estados Unidos, pareciera que nos encontramos ante un dejavú no resuelto, como la nueva vuelta de tuerca de un eterno retorno económico. Hay temor de que la economía estadounidense entre en recesión y que con ello termine afectando a numerosos países, entre ellos México. También hay temor por el aumento de las tasas de interés de referencia de la Reserva Federal (FED) y su efecto contagio a otros países, que igualmente están “encareciendo” el costo del dinero como una manera de tratar de controlar la inflación. El miedo al contagio económico que se da, irónicamente, en el contexto de una pandemia no es nuevo y tampoco lo son los problemas no resueltos de fondo.
No es una casualidad que el bienestar de la población en Latinoamérica haya sufrido un retroceso desde antes de la pandemia en cuestiones como pobreza, inseguridad, cobertura sanitaria y empleos juveniles, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Es decir, antes de la pandemia ya teníamos problemas de bienestar y, desde luego, con la pandemia todo empeoró. La OCDE dice que con el fin de los buenos precios de las materias primas -de las que dependen en gran medida muchas economías latinoamericanas- se agravaron los problemas de pobreza, los homicidios, la cobertura sanitaria y la proporción de jóvenes que trabajan en la informalidad.
Los datos de la OCDE son apenas un síntoma recurrente de un malestar endémico: nuestras economías son frágiles, dependientes de materias primas, desiguales, poco competitivas, precarias y con niveles elevados de pobreza. Hay un gran malestar incubado por la insuficiente calidad de la educación, por el alcance limitado en grandes segmentos de la población, y por la escasa inversión social que limita el desarrollo humano. No sólo hay problemas de educación y de salud, sino que el escenario económico tiene una tendencia hacia la desigualdad, con una movilidad social real cada vez más reducida.
Cada vez que los vientos externos son desfavorables vuelve la sensación de que algo no hicimos bien o algo dejamos de hacer para que nuestras económicas sigan siendo altamente vulnerables. Ya sea por la dependencia de la economía del vecino, de un sólo mercado de exportación, de materias primas o algún producto estratégico como el petróleo, el gas o el cobre, cuando llega el momento de que las fuerzas internas actúen se vuelven a evidenciar las fragilidades y las insuficiencias.
El contexto internacional, con pandemia o después de ella, es poco favorable y exige economías más sólidas, más acostumbradas a ir contracorriente, con más opciones de emerger desde dentro. Es tiempo de invertir más en educación, en el conocimiento de la gente, en ciencia y tecnología, en microempresas y emprendimientos, en innovación y creatividad. De ahí saldrán mejores condiciones para revertir muchos de los retrocesos y para enfrentar con mayor soltura las crisis cíclicas.
Héctor Farina Ojeda