Una de las grandes presiones que se sienten en las economías latinoamericanas es la que se da entre las escasas proyecciones de crecimiento en 2024 y el lento proceso de desinflación. lo que equivale a decir que la generación de la riqueza para este año será insuficiente al mismo tiempo que los precios seguirán elevados. Luego de la pandemia estos dos efectos han marcado una lenta recuperación del dinamismo de las economías, pues el crecimiento no alcanza para revertir los efectos de la crisis, en tanto el encarecimiento del costo de vida sigue golpeando sobre todo a los que menos tienen.
De acuerdo a las proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la economía latinoamericana crecerá 2.1 por ciento en 2024 en un contexto de incertidumbre, tensiones geopolíticas y el encarecimiento de los precios de productos básicos. Hay una tendencia al bajo crecimiento y no se trata sólo de un problema coyuntural, de acuerdo al organismo. En el caso de México, el pronóstico de repunte es superior al promedio: 2.5 por ciento. Por su parte Brasil tendría un crecimiento de 2.3 por ciento, Chile también 2.3 por ciento, Perú 2.5 por ciento, Venezuela 4 por ciento, mientras que Argentina sufrirá una contracción de 3.1 por ciento.
El escaso crecimiento genera una presión fuerte en los países latinoamericanos debido a que esto implica que no habrá suficiente generación de riqueza ni empleos de calidad, y por lo tanto las probabilidades de disminuir los niveles de pobreza y de mejorar las condiciones de la gente son muy limitadas. La pandemia nos dejó un legado de empobrecimiento y precariedad del que todavía no hemos salido, y no lo haremos con estas recuperaciones insuficientes y con los precios que siguen presionando los bolsillos de la gente.
En este escenario de carencias sociales y presiones, una de las cuestiones pendientes es reinventar las economías a la luz de los nuevos tiempos: con los viejos modelos basados en la exportación de materias primas, en la dependencia de pocos rubros -como el petróleo, el cobre o la soja- y de la dependencia de algunos mercados -como México que depende de Estados Unidos- no alcanza para atender las necesidades de la población ni mucho menos para sobresalir en economías del conocimiento.
Es recurrente que los organismos internacionales como la Cepal hagan llamados a invertir más en mejorar la productividad, en la educación, la ciencia, la tecnología y la formación especializada de recursos humanos, pero el andar cansino latinoamericano parece no acusar recibo. La gran cuestión de fondo es establecer qué condiciones o qué debe ocurrir para que nuestras economías den el gran salto hacia el futuro, hacia la economía del conocimiento, hacia un estadio superior en el que se genere más riqueza y se distribuya de manera más equitativa. Más que recetas, lo que hace falta es la planificación hacia el mediano y el largo plazo: mirar a un objetivo futuro y trabajar paso a paso hasta llegar a él.