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Hay cosas más importantes

Vivimos en una sociedad de consumo, que ha exacerbado el consumismo y lo ha equiparado con la satisfacción, como si en el tener constante se encontrara la fórmula de la felicidad. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) iba más allá del acto de consumo como la promesa de una vida feliz y decía que se había generado una nueva pobreza basada en la estética del consumo: todos aquellos que no pueden estar al día o la moda con la adquisición de productos, como los tecnológicos, se ven relegados a una condición de pobreza frente a los que sí pueden comprar. Son los nuevos pobres del consumismo, los que no tienen que ver con la satisfacción de necesidades básicas sino con necesidades artificiales, de cosas que realmente no se requieren.

El consumo no sólo es el gran motor de la economía, sino que ha convertido nuestras vidas en una especie de carrera constante por comprar, por renovar, por tener, sin que se trate necesariamente de lo necesario. El medio ambiente lo resiente, el planeta acusa el golpe, y la desigualdad se ha profundizado a tal punto que podemos ver fortunas incalculables de ricos que se siguen enriqueciendo, frente a millones de personas en condiciones de la pobreza más drástica. Sólo en América Latina tenemos más de 200 millones de personas en pobreza y 86 millones en pobreza extrema. No hablamos de que no puedan comprar una computadora sino que no les alcanza para comer.

Hace algunos años entrevisté al economista francés Robert Boyer y le pregunté qué le sorprendía de la desigualdad latinoamericana. Me dijo que estaba sorprendido por la gran cantidad de autos nuevos que veía en las calles y por la enorme variedad de tecnología que se vendía. “Los coches en México son mucho más lujosos que los coches en Francia, porque la gente pone todo su dinero y su crédito en los coches”, dijo. En un mundo consumista y desigual, es mucho más fácil conseguir financiamiento para comprar productos de lujo, como un auto nuevo o el último teléfono celular, que conseguir un préstamo para pagar la educación o la salud.

Imaginen el escenario en la pandemia: se incrementaron los niveles de pobreza, se perdieron millones de empleos, se hicieron más precarias las condiciones laborales, en tanto la desigualdad se hizo todavía más escandalosa. En este mundo desigual, que endiosa el consumo, hay suficientes créditos para financiar el consumo innecesario pero para quien no tiene recursos porque se quedó sin empleo y necesita dinero para su alimentación, un préstamo es algo lejano y difícil.

El consumismo no sólo ha desequilibrado la sociedad y puesto en grave riesgo la sustentabilidad, sino que en países altamente desiguales como los latinoamericanos genera más división y un enorme malestar social. Con demasiada pobreza y con escasa movilidad social, la diferencia entre consumir para sobrevivir y hacerlo por moda es abismal. Es tiempo de repensar nuestra relación con el consumo, con el ambiente y con el entorno social. Hay cosas más importantes para financiar que la desigualdad inflada por compras innecesarias.

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Héctor Farina Ojeda
  • Héctor Farina Ojeda
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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