Si los tiempos ya parecían demasiado cambiantes y llenos de incertidumbre, esta última semana ha removido más el escenario económico internacional y ha agudizado la sensación de estar en terrenos inestables y tormentosos. Las medidas anunciadas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre la imposición de aranceles a productos de distintos países no se tratan solo de una política proteccionista sino de una sacudida virulenta al comercio y las posibilidades de negociación. En América Latina, México, Brasil y Colombia se encuentran en la primera línea de incertidumbre porque el impacto económico es importante.
En el contexto latinoamericano, la incertidumbre de lo que puede pasar con respecto al comercio con Estados Unidos, con el costo de las exportaciones gravadas por aranceles onerosos, con la situación de los migrantes o con los efectos negativos de las restricciones o las guerras comerciales no es una buena señal. Sobre todo porque venimos de la certeza de que América Latina, en el mejor de los casos, tiene un pronóstico de crecimiento insuficiente para 2025 -alrededor de 2.5 por ciento promedio- y que en 2026 tampoco se vislumbran mejores resultados. Ante este panorama, la incertidumbre es más negativa que de costumbre.
Cuando vemos que las dos principales economías latinoamericanas, Brasil y México, tienen problemas de crecimiento y que sus motores internos se están desacelerando, la pregunta expansiva nos lleva a preguntarnos cómo están las demás economías y cómo se preparan para enfrentar un tiempo de desaceleración y nuevos retos, con aranceles cambiantes, con medidas proteccionistas y con un nerviosismo en el mercado que podría traducirse en restricciones y disminución de la actividad comercial. Y no solo se trata de Estados Unidos, sino que la economía de China se sigue enfriando y ello podría afectar a las exportaciones latinoamericanas; en tanto Europa tampoco pasa por su mejor momento.
Si hay algo que cuesta aprender en América Latina es que las economías deben tener más dinamismo propio y depender menos de las bonanzas momentáneas de los buenos precios de las materias primas, del éxito de un rubro o de las exportaciones a pocos mercados. Cada vez que hay crisis, malestares o convulsiones en el contexto internacional nos damos cuenta de que no se ha invertido lo suficiente en la economía interna, en la educación, la infraestructura, la ciencia y la tecnología, y en la capacidad de saber innovar, reinventarnos y ajustarnos a los requerimientos de los tiempos.
Frente a la incertidumbre, fortaleza. Parece una obviedad pero para los latinoamericanos no basta con saber: falta hacer. Ahora sí nos urgen las fortalezas del mercado interno, la capacidad de producir, las inversiones estratégicas, la recuperación del poder adquisitivo y la planificación. Es tiempo de planear más allá de lo reactivo para sentar las bases de economías competitivas, innovadoras y creativas que puedan enfrentar las incertidumbres y tormentas.