Las dos principales economías del mundo están mostrando señales de debilidad. Mientras China no ha logrado su recuperación plena luego de la pandemia, Estados Unidos se encuentra en un limbo de incertidumbre, con amenazas de recesión y con todos los síntomas de una economía agotada. Al mismo tiempo, de este lado del mundo se perciben los recortes en los pronósticos: América Latina tendrá un repunte de 1.8 por ciento en 2024, lo que representa una disminución de las expectativas desde 2.1 por ciento, de acuerdo a los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Desde el punto de vista del crecimiento, estamos ante una década perdida: entre 2015 y 2024 el repunte promedio latinoamericano fue de sólo 0.9 por ciento, según la Cepal. Pero no sólo se trata de una mirada al pasado cercano sino que el futuro aparece comprometido: en una trampa de crecimiento, con escasa capacidad de expandir las economías y con todos los efectos negativos que vienen por añadidura. Entre ellos, uno de los principales inconvenientes es la insuficiente generación de empleos, lo que se suma a la elevada informalidad de los puestos de trabajo latinoamericanos.
Las debilidades que hoy proyectan las grandes potencias económicas como China y Estados Unidos en realidad son un espejo de nuestras fragilidades internas, históricamente desatendidas, y de nuestras carencias con miras al futuro. En América Latina cerca de la mitad de los empleos son informales y no ofrecen certezas a los trabajadores. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) dice que en algunos países, como Bolivia, la informalidad alcanza a prácticamente ocho de cada diez trabajadores. Y a esto debemos añadirle la precariedad de los empleos, los salarios bajos y las condiciones de pobreza y desigualdad en la que funcionan los mercados laborales.
La cuestión de fondo que deberíamos atender es cómo superar nuestras fragilidades endémicas que limitan el crecimiento, el desarrollo y la mejoría de las condiciones de vida. La diversificación de las economías, la inversión en infraestructura, la educación, la investigación, la inclusión social, la sostenibilidad ambiental y las mejores prácticas de gobierno son puntos esenciales para cambiar el escenario y potenciar las fortalezas. Mientras las economías latinoamericanas sean dependientes de materias primas, carezcan de infraestructura y su capital humano sea fruto de sistemas educativos deficientes, seguramente les irá mal y seguirán atrapadas en crisis de crecimiento, de desarrollo y equidad.
Hay que construir el punto de inflexión desde la inversión educativa, desde la ciencia y la tecnología, desde la investigación, desde mejorar las capacidades de la gente y desde hacer de las economías espacios más equitativos y más incluyentes. Es tiempo de pensar en lo importante, lo estructural, lo que construye futuro y dejar de respirar la urgencia de los conflictos ajenos y las fragilidades del entorno.