Vivir para el trabajo no es lo mismo que trabajar para vivir
El fenómeno conocido como la “Gran Renuncia” que se está dando, sobre todo en Estados Unidos, es solo uno de los síntomas de la deteriorada condición de salud del mercado laboral. Más de cuatro millones de personas al mes renuncian en forma voluntaria a sus empleos en el vecino país debido a diversos factores, entre los que se destacan las condiciones laborales, los horarios, la salud mental o la inconformidad con los salarios. Claro, esto hay que situarlo en la economía estadounidense que concede seguro de desempleo, que tiene otras prestaciones y que permite por lo general que sus trabajadores puedan ahorrar a partir de los ingresos que perciben.
En el mes de septiembre 4.3 millones de estadounidenses renunciaron voluntariamente a su trabajo. La pandemia no solo significó la pérdida de millones de empleos, sino que también profundizó el malestar por la precariedad, por la excesiva carga de trabajo y por las condiciones que se consideran adversas a una buena calidad de vida. Hay un escenario en el cual se están repensando las obligaciones y responsabilidades frente a la recompensa, sobre todo a sabiendas de que la pandemia evidenció que no todo se puede pagar con dinero y que vivir para el trabajo no es lo mismo que trabajar para vivir.
Si pensamos esta situación de renuncia en el contexto latinoamericano, nos encontramos ante un escenario muy diferente: las grandes necesidades, las grandes urgencias, las deudas y los elevados niveles de pobreza tienen más peso en la economía que el malestar laboral. La precariedad de los empleos se ha ido acentuando en las últimas décadas al mismo tiempo que el poder adquisitivo se fue haciendo pequeño frente al elevado costo de vida. La informalidad, los bajos salarios, la baja productividad y la escasa movilidad social son apenas referencias de un empobrecimiento en el mercado de trabajo.
En el caso mexicano no solo estamos lejos de un movimiento similar al de la gran renuncia sino que la gente espera la gran contratación, el gran empleo que permita condiciones e ingresos suficientes para una buena calidad de vida. En el mes de octubre recién se recuperaron los empleos que se perdieron durante la pandemia, aunque como sabemos los puestos no tienen la calidad suficiente y ello se refleja en salarios recortados, o mayor carga laboral, sin que ello represente mejoría en cuanto a ingresos o prestaciones. Y, desde luego, no hay colchones de ahorro o seguro para renunciar fácilmente. No se puede cuando se vive al día, salvo que aparezca alguna oportunidad mejor, de esas que no abundan.
Estamos ante un momento en el que hay que repensar el mercado laboral, así como la relación del trabajo con la calidad de vida: en México se trabaja mucho pero se gana poco, aunque también se produce menos y se gasta más. Desde la educación hasta la economía, desde el trabajo hasta las necesidades de la gente, desde la productividad hasta los salarios, desde viejos modelos hasta la economía del conocimiento, es tiempo de cambiar para construir un escenario menos desigual.
Héctor Farina Ojeda