Uno de los hechos llamativos dentro de la desaceleración de las economías latinoamericanas es el buen paso que lleva México: las proyecciones apuntan a que su dinamismo en 2024 será muy superior al promedio de los países latinoamericanos, con lo cual se mantendrá por segundo año en la parte alta de los resultados en cuanto a crecimiento. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mexicana tendrá un repunte de 2.7 por ciento en 2024, mientras que la media latinoamericana será de 1.6 por ciento. Aunque algunos pronósticos estiman el crecimiento mexicano en 2.3 por ciento y el latinoamericano en 1.3 por ciento.
Hay un encendido súbito de los motores mexicanos debido a las inversiones derivadas de la relocalización de empresas, en un contexto en el que los motores latinoamericanos se están desacelerando debido a la disminución del dinamismo de la economía de China y de Estados Unidos, fundamentalmente. Y aunque también Brasil, la otra economía latinoamericana, está con vientos a favor por las inversiones, su ímpetu se está frenando y probablemente concluya este año con un repunte inferior al dos por ciento. En su conjunto, será un año de desaceleraciones, frenos y crecimientos insuficientes.
El punto interesante es el auge que tiene México como atractivo para las inversiones y el potencial detonador de esto para los empleos. Crecer en tiempos de desaceleraciones es importante y es una prueba del dinamismo propio frente a los avatares del mercado internacional. Sin embargo, si se estiman los resultados en cuanto a niveles de crecimiento, el promedio sigue estando encerrado en torno al dos por ciento, una cifra que es considerada claramente insuficiente y de la que no se ha podido escapar en los últimos treinta años.
Uno de los grandes retos de todas las economías latinoamericanas es lograr construir motores que permitan hacerle frente a las crisis, las desaceleraciones, los conflictos en los grandes mercados o simplemente la mala coyuntura que implique la caída de los precios de alguna materia prima o la baja demanda de un mercado en particular. Detrás de las crisis que enfrentamos en forma cotidiana hay mucha omisión: nos falta mejorar la calidad de lo que producimos, la logística, la productividad, la eficiencia de la mano de obra, la innovación, la educación, la creatividad…
Cuando en América Latina golpea algún terremoto, un huracán, una tormenta o algún fenómeno natural, el nombre que se le da es el de desastre natural. En realidad, el desastre ocurre cuando no hay preparación, no hay previsión ni planificación, sino que al contrario se vive en condiciones precarias a merced de que cualquier lluvia se convierta en tragedia. Lo mismo pasa con nuestras economías, precarias, dependientes de pocos rubros, con escasa capacidad de maniobra. Es tiempo de repensar nuestras economías, de planificarlas, de construir dinamismos internos con la suficiente fortaleza para no ser presa fácil de desaceleraciones, frenos y contratiempos.