Un abrazo espontáneo es una imagen poderosa. Sobre todo, si una chimpancé recién liberada del tráfico ilegal lo da a una extraordinaria mujer: Jane Goodall. Ese gesto aparentemente simple nos dice algo de lo mucho que logró la científica, activista ambiental y etóloga que falleció este 1 de octubre.
Ese abrazo que hoy circula profusamente en las redes es apenas una muestra de un valor esencial que Goodall aportó a la ciencia: la empatía. Su forma de ver el mundo revolucionó el quehacer científico en su campo. Donde los hombres veían números, ella notaba personalidades. Restituyó a los animales una dignidad arrebatada por un enfoque capitalista y explotador que les considera como cosas, seres sin valor, sentimientos ni individualidad.
Cuando Goodall nombró a los chimpancés y registró sus personalidades individuales, reconoció su singularidad. Así también mostró al mundo que una ética de la empatía era posible. No tratarlos como objetos de estudio, sino como seres con una historia, familias y con los que también se establecen relaciones.
Jane Goodall es ya un símbolo poderosísimo de un liderazgo distinto, ejercido por mujeres en campos como el de la ciencia. Y cómo también las mujeres aportan miradas que construyen en lugar de destruir.
Como es el caso de la naturaleza y sus habitantes, que bajo el yugo del patriarcado capitalista están soportando la devastación.
Goodall fue más allá. Su ética de la empatía fue política. No solamente aportó sus investigaciones científicas, sino que su activismo político generó impactos reales. Su compromiso es un legado que debemos mantener vigente; reconocer y oponernos al maltrato animal y a la destrucción de nuestro planeta es también nuestra dignidad, una dignidad universal.