El país descrito por el presidente López Obrador en el tercer aniversario de su triunfo electoral es uno que la mayoría de los analistas no reconocemos por ningún lado, sin importar a dónde miremos: seguridad, economía, pobreza, corrupción, manejo de la pandemia, desabasto de medicinas, educación, ciencia y cultura, capacidad de gobierno. Las discrepancias han sido notables desde finales de su primer año de gobierno, crecieron de manera significativa con la pandemia y la distancia ya se convirtió en abismo conforme avanza el tercer año.
Documentar y resolver las diferencias apelando a los datos es inútil, pues cuando el Presidente queda acorralado —Jorge Ramos lo ha hecho un par de veces— invariablemente sale con que él tiene “otros datos” y ellos le permiten fugarse a la fantasía: ya se acabó la corrupción; ahora ya no hay masacres ni impunidad. El otro gran recurso de la defensa presidencial y de sus seguidores ha sido, ante la ausencia de razones y datos, la descalificación personal: eres un conservador inmundo, para luego endilgarte la verdadera razón de tu proceder (la 4T te quitó los privilegios o por lo menos el “chayote”) y hasta descubren tus verdaderas intenciones: defiendes al neoliberalismo, la corrupción y te opones a un gobierno que lo único que quiere es la felicidad del pueblo.
Así, a grandes problemas (gobierno que vive en un mundo paralelo, solo conocido por AMLO, y sustentado en datos nunca revelados), grandes soluciones: una nueva sección en la mañanera para descubrir y denunciar las mentiras de los medios y los analistas. Como solo López Obrador conoce la realidad de los otros datos, necesariamente todos resultaremos unos mentirosos irredentos y reiterativos. Problema resuelto: la verdad es la que dice el Presidente y nada más. Qué manera tan brillante, aunque un poco retorcida, de cancelar la posibilidad de diálogo como método de gobierno y de construcción, con la participación real y activa de la sociedad, de un futuro común.
Pero queda la duda. ¿Por qué esa insistencia presidencial en demostrar la falsedad inherente, no accidental y, de paso, la profunda maldad de todos sus críticos? ¿Será que a ratos tiene dudas de que su gobierno no va tan bien como dicen sus fantasías, o algunas noches no duerme pensando que sus otros datos no son tan reales como le gustaría? ¿Por qué demonios dejan al INEGI y al Sistema Nacional de Seguridad Pública seguir publicando datos tan molestos? ¿Se le aparecen en sueños los 20 niños con cáncer moribundos porque no tienen medicinas y para volver a dormirse no tiene otro remedio que contar los cadáveres de las masacres inexistentes que ya se redujeron dos por ciento? ¿López Gatell es el mejor funcionario del mundo o el lambiscón más servil del universo? ¿Le preocupa que las aspiraciones presidenciales de Claudia Sheinbaum la conviertan en una clasemediera aspiracionista como todos aquellos que votaron en su contra en Ciudad de México? ¿Será que la 4T pueda ser desaparecida como cualquiera de los fideicomisos de los gobiernos neoliberales?
Faltan tres años de su gobierno y todo parece indicar que las dudas seguirán corroyendo al Presidente por las noches. Lo sabremos todos los miércoles cuando nos revele la cantidad y profundidad de las mentiras de los medios y sus críticos. Mientras más mintamos, más sólida la “verdad” de sus fantasías, pero… más frágil el México de la 4T.
Guillermo Valdés Castellanos