Política

Ataque a la UNAM, ¡uf!

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Que un presidente ataque a la UNAM porque se ha derechizado y se hizo neoliberal es, en primer lugar, injustificado, porque su acusación está basada en sus prejuicios y no en hechos.  Si hay una universidad en México que hace honor a su nombre —universidad, el cual alude a la universalidad del pensamiento, las ideas y el conocimiento — es precisamente la UNAM. En espacios realmente universitarios y/o universales, es imposible afirmar la homogeneidad. En cuanto se unifica el pensamiento se acaba lo universal, que es por definición, plural y diverso.

Por tanto, en la UNAM hay conservadores, marxistas de muchas corrientes y anarquistas; también hay contadores sin ideología, matemáticos y filósofos de todas las corrientes; físicos cuánticos, biólogos y a lo mejor hasta un darwinista. Qué bueno. Que dialoguen, se cuestionen y debatan cómo hacer avanzar el conocimiento y mejorar su enseñanza. Esa es su función. Para entender y manejar la creciente complejidad de las sociedades modernas se requiere de conocimientos múltiples y opuestos que hagan avanzar la ciencia. La contribución más transformadora de las universidades no es formar profesionistas para el pueblo bueno y la 4T; es generar y transmitir conocimiento. En general, la UNAM ha cumplido bien su función. Y esa tarea no es compatible con el dominio de una ideología y menos con una prédica moral como la de AMLO.

En segundo lugar, el ataque a la UNAM confirma que la alergia presidencial a la diversidad y pluralidad de la academia es un problema de salud mental grave; digo que confirma, porque es congruente con sus opiniones previas sobre la comunidad científica y el resto de los centros de educación superior, públicos (antes de la UNAM le tocó al CIDE) y privados. Si AMLO fuera un dirigente social en su tierra, ser alérgico a la pluralidad del pensamiento sería un problema menor. Pero que sea el Presidente de México le da un carácter particularmente peligroso. Anne Applebaum, en su ya célebre libro “El ocaso de la democracia”, define la predisposición autoritaria como la tendencia a favor de la homogeneidad y el orden. El autoritarismo es algo que atrae a las personas que no toleran la complejidad; no hay nada intrínseco “de izquierdas” o de “derechas” en ese instinto. Es meramente antipluralista; recela de las personas con ideas distintas y es alérgico a los debates; es una actitud mental, no un conjunto de ideas; les disgusta la división, no toleran las avalanchas de diversidad.

El tema se complica cuando esas personas están al frente de lo que Hannah Arendt llama el Estado unipartidista. Hasta hace poco dábamos por sentado que la competencia democrática era la forma más justa y eficiente de distribuir el poder; deberían gobernar los políticos más convincentes y capaces, continúa el análisis de Applebaum. Pues el Estado unipartidista, por ejemplo, el dirigido por Lenin, derrocó al orden aristocrático, pero no lo sustituyó por el modelo competitivo democrático, sino por uno que era antidemocrático, anticompetitivo y antimeritocrático.

La lealtad es el criterio para formar parte de la nueva elite. El Estado unipartidista del peor tipo, escribe Arendt, “remplaza de manera invariable a todos los talentos de primer orden, independientemente de sus simpatías, por necios y chiflados cuya falta de inteligencia y creatividad sigue siendo la mejor garantía de su lealtad”.  Cualquier parecido con nuestra realidad no es mera coincidencia, por desgracia. 

Guillermo Valdés Castellanos


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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